Todo cambió. En eso estamos todos de acuerdo. Nada será igual que antes de la pandemia, pero ¿todos estamos de acuerdo con eso?. ¿Ya nos hemos puesto a pensar en cómo nos plantaremos frente a un mundo en que todo va a cambiar, sin ninguna posibilidad de dar marcha atrás?.
Por una parte, ya se demostró con este aislamiento que es factible trabajar desde casa sin tener que trasladarse hasta una oficina, que las reuniones por “zoom” de 40 minutos son más productivas que las presenciales, y que no habrá motivo suficiente para dar marcha atrás con el teletrabajo.
Por otra parte, las próximas vacaciones serán -si las hay- súper familiares, cerca de donde vivimos, y en contextos de poca concentración de turistas. Nadie querrá arriesgarse a que una cuarentena los agarre desprevenidos, en cualquier rincón del planeta y sin chances de volver a casa.

Más que nunca, la compra de lo imprescindible se impondrá a la compra de objetos y servicios no esenciales y superfluos. Por un tiempo, nuestras economías se ajustarán el cinturón y no darán señal alguna de consumo desmedido ni de despilfarro.
Aferrarse a lo que hubo antes de esto, será un esfuerzo vano. Lo inteligente de ahora en más será pensar en cómo nos adaptaremos a este nuevo escenario.
Nuestra supervivencia estará íntimamente ligada a pensarnos distintos, en movimiento, en adaptación constante, en fase evolutiva. Como si estuviésemos reconstruyendo un mundo posguerra frente a un enemigo invisible y contagioso.
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