¿En quién creer cuando se habla de coronavirus? ¿En los especialistas solamente? ¿En las organizaciones sanitarias de orden mundial, nacional, provincial y municipal (en ese orden)? ¿Creemos en los amigos que conocemos dentro de un hospital, o de la Justicia, o de la Policía, o del gobierno? ¿Creemos en lo que nos cuentan los grandes medios de comunicación o en la radio, la tele, y el diario del pueblo en que vivimos? ¿Alguien puede arrogarse la “posta”, la información exacta y sin dobleces, la fuente privilegiada y veraz?
Y, en verdad, es que poco y nada podemos creer con fe absoluta a la luz de lo que vimos en el mundo y en nuestro país durante estos 45 días de aislamiento social preventivo y obligatorio.
Vamos por parte. Los especialistas dijeron al principio de todo: “éste virus hará menos estragos que una gripe”, y le restaron importancia (nadie fue capaz de anticipar lo terriblemente contagioso que era.

Los políticos dilataron la toma de decisiones en todo el mundo -y también acá- poniendo en la balanza la economía versus la salud (esta vez, la salud ganó de casualidad).
Países con detección temprana y masiva y muchas camas con respiradores (Alemania, por ejemplo) no pudieron frenar el avance del COVID-19 y llevan 6800 muertos.
Ojalá que seamos respetuosos de esas señales y que no nos relajemos pensando que ya pasó todo porque se avecina el frío y sus enfermedades estacionales. Hoy, lo único que demostró “aplanar la curva” es quedarse en casa hasta nuevo aviso.
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