Un poco de casualidad, un poco de destino. De esa combinación nació la afición de Adrián Rolfo por apilar piedras sin respetar formas ni tamaños y con las que viene moldeando esculturas efímeras.
Duran en pie lo que quiere el viento, o lo que quiere Zoe, hija de Adrián. Y para armarlas no utiliza artilugio alguno: no las pega, no las ata, no las sostiene con nada.
Y para armarlas, se arma de paciencia. No hay otro modo. Concentración, manos firmes, y organización. Va probando posibilidades, armando encastres imposibles, redondeces contra filos, grande sobre chiquito, ocupando bastante tiempo antes de llegar a un triunfo.
Un lunes por la mañana, después de batir una espuma de naranja para su panadería/pastelería, carga unos criollos, mate, pasa a buscar a este cronista y lo lleva a su teatro de operaciones: el río La Granja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario