Ollas que se van destapando y prometen no dejar edificio en pie. Ya son públicos los abusos sufridos por menores de edad por parte de músicos de distintos géneros, del rock al cuarteto, sin excepción.
Y esta semana sorprendió la noticia de que otra olla se destapaba dentro de un claustro universitario, el de la Católica de Córdoba. Allí, un grupo de alumnas hizo saber a la comunidad que recibían agravios por parte de docentes y compañeros con comentarios cargados de machismo.
Sorprende porque los claustros universitarios forman profesionales, educan a los futuros miembros del engranaje social, y qué se podrá esperar de ellos si siguen repitiendo discursos anacrónicos y cargados de connotaciones machistas.

Hace casi 30 años, cuando este editor cursaba sus primeros años de la carrera de Abogacía, estaba naturalizado que un profesor universitario maltratara a sus alumnos o utilizara un lenguaje donde el menoscabo, el desmerecimiento, y la discriminación fuesen lo usual.
Hace casi 30 años, las denuncias por violencia de género se contaban en los medios de comunicación como crímenes “pasionales”.
Claro, hace casi 30 años pasaron muchas cosas que no debían haber pasado. Pero lo concreto es que -más allá de la añoranza de algún macho irredento- ya no se pueden consentir conductas arcaicas que desmerezcan el lugar de la mujer, su igualdad ante las leyes, y su absoluta libertad para decidir lo que ya no quiere consentir.
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