Por: Christian Pacheco (Estudiante de 4º Año de la Lic en Comunicación Social de la UNC)
Desde un departamento de Once, viajé durante algo más de una semana en el 115 hasta el parque olímpico de Villa Soldati. Subía, mostraba la acreditación y viajaba gratis. Eran 40 minutos de nervios, ansiedad, y felicidad. Todos los días debía repetir el mismo ritual.
En el parque tenía que pasar por un puesto de seguridad para evitar que ingresara con algún elemento prohibido. Me sacaron un desodorante y no me dejaron llevar el mate. En el centro de voluntarios me registraba todas las jornadas y recibía mi vianda. También había un sorteo. Lo único que tenía que hacer era embocar una pelota de papel y cinta en un aro de plástico. Siempre la embocaba. Por un momento me sentía Ginóbili, pero me iba derecho a mi trabajo.

Dentro del parque pasó de todo. El domingo 7, cinco mil personas hacían fila para entrar al Pabellón América. Aunque sólo había lugar para 1500 espectadores, el público esperaba paciente una oportunidad para ver disciplinas como gimnasia artística, rítmica, anillas, entre otras. Mi primer día fue el más complicado por la desorganización y falta de preparación. Hubo gritos, empujones, y hasta golpes hacia voluntarios porque el público, intranquilo, quería entrar, tras de varias horas de espera. Excepto ese día, los demás fueron más tranquilos y nos sirvió de experiencia.
Una experiencia inolvidable

Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) estuvo presente el día de taekwondo. Fui una estatua porque si me movía sentía que molestaba al jefe de los jefes. Ese día crucé palabras y opiniones sobre deporte con un europeo que resultó ser el entrenador de una deportista que había ganado medalla hacía 4 años.
El sábado 13 fue mi cumpleaños, pero no se lo conté a nadie porque me enfoqué en el trabajo. Era día de lucha olímpica. Poco sabía, pero con el pasar las horas, aprendiendo sus secretos, me fue gustando cada vez más. Recuerdo la rabia del periodista de TyC Sports, Guido Bercovich, porque no le dejaban relatar en vivo las peleas de la argentina Linda Machuca. Ese sábado, el último combate fue el de ella cuando ganó la medalla plateada y subió al podio.
Les cuento un secreto, pero que quede acá. Una de mis funciones era asegurarme que los medios no grabaran ni sacaran fotos durante los entrenamientos. Me aseguré de eso, pero yo lo hice. Colocaba mi celular y grababa cada momento que podía. Entrenamientos de gimnasia, saltos ornamentales, karate, boxeo. Todo. No dejaba un rastro. Eso sí, me aseguraba de no molestar a los protagonistas.

En la Villa Olímpica presencié un común denominador: gente en largas fila, observando algo grande, espectacular, gratis. Personas de otros países y continentes. Miradas encontradas entre el público y los atletas argentinos para sacarse aunque sea una foto de recuerdo.
El 15 fue mi último día, no quería despedirme, quería quedarme. El 16 tuve que volver a mi querida Jesús María y recordar cada detalle sobre estas historias, los detrás de escena de este evento internacional que, al principio, parecían no tener ningún prestigio o importancia. Sin embargo, fueron por lo menos por un rato mi más linda experiencia a nivel mundial.
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