Lo que ocurre en nuestras calles, avenidas, y rutas es un reflejo de lo que nos pasa como comunidad. Paramos en la ochava de la esquina porque, total, es solo por un ratito. O estacionamos en una rampa para discapacitados si, total, casi no se ven personas con discapacidad utilizando esas rampas. Estacionamos en doble fila porque, total, me bajo y busco algo y sigo viaje.
Hasta aquí un relato que no hace más que recordarnos lo difícil que nos resulta cumplir cualquier norma, hasta la más insignificante. Ejemplos peores incluirían cruzar semáforos en rojo (total, a esa hora no hay nadie), hacer adelantamientos indebidos, girar en “U”, andar en contramano (total, es una cuadrita sola y me evito todo un vueltón).
Pero lo preocupante, en este último tiempo, es el nivel de agresividad que se vive al volante. Está el tipo que te bocinea furioso si demoraste uno o dos segundos en un semáforo en verde, el que te insulta si intentaba pasarte y no le diste prioridad, y el que se baja del auto si, por un descuido, lo encerraste.

Ése es el que, incluso, no mide y le asesta una trompada que noquea a la Policía cuando intenta calmarlo y hacerlo volver en sí.
Contra ese tipo de inadaptados viales hay que estar muy atentos porque ya demostraron ser capaces de ir hasta las últimas consecuencias, tal el caso de ese padre e hijo que, en Villa María, molieron a golpes a otro hombre que falleció días después. No podemos darnos el lujo de que un inadaptado al volante nos amargue el resto de la vida. Pero hay que ponerles freno en forma urgente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario