Cada cuatro años la vida (no la FIFA) nos regala algo más de treinta días de tensión y disfrute total. Sí, tensión que se disfruta por contener tiempo de juego donde jugadores de estas épocas dejen todo en noventa minutos, o más. Sin importar quién asista y quién no, en dónde se lleve a cabo y cuál sea el resultado final. La Copa del Mundo reúne, eterniza y exacerba los sentimientos cada vez que pone a rodar la pelota, selecciones de continentes distintos, con realidades irrepetibles e historias que están por escribirse y atesorarse para después contarlas a quien venga tras nosotros.
Al terminarse la primera fase de Rusia 2018 son varias las reflexiones que se vienen a la mente. El alto contenido de goles y calidad de los mismos, la preponderancia de la táctica en forma primordial y un estilo ofensivo caracterizado por individualismo de algunos jugadores, el hambre (literal) de algunos jugadores por hacer cosas irrepetibles, el protagonismo de los árbitros apoyados por tecnología del VAR, el local aferrándose a hacer historia por ser “su” mundial. Mucha tela que cortar.
Pero, ¿qué es lo que realmente sostuvo a este mundial con muy buenos estadios y organización en la seguridad? ¿Y qué es lo que genera que cada ocasión se edifique a este evento como algo grande, con mucha expectativa y que aumenta la cobertura en el mundo?

¿Y las grandes empresas? ¿Serán ellas? Sostienen presupuestos, crecimientos y rentabilidad para los accionistas, pero no al Mundial. Llenan (y en ocasiones de buena manera) la televisión y las calles con anuncios y frases que invitan a ilusionarse, pero no generan la ilusión per se. Son un medio para creer que tal jugador estrella puede anotar más goles si come un sándwich Mc Donald, que otro atajará más penales si toma mucha Coca Cola o que para que un tercero juegue mejor, necesitaría manejar una Nissan.

La fe y la ilusión es lo que sostiene a un mundial. La ilusión por el gol que puede ocurrir, la fe para que un gol contrario no suceda, para que en la línea de meta el zaguero encuentre, con suerte de lotería, a la endiablada pelota. La ilusión de levantarte en el tercer partido de grupo después del revés que significó la derrota ante el más débil, y así clasificarse a octavos, aun sabiendo que frente a uno estará un ex campeón del mundo como lo hizo México. El fútbol no es todo lo que pasa en la cancha, sino todo aquello que imaginamos que podría ocurrir en el lapso de noventa minutos y a veces más con los alargues.

Que siga rodando la pelota y nosotros imaginando cosas que nos hagan seguir, al menos, por cuatro años más, la expectativa de clasificar sin sobresaltos hasta que venga de nuevo esto que llamamos vida. El Mundial de Fútbol.
Maravilloso Pedro, es magia de lo impensable y hasta lo absurdo, a veces; el símil del gusto por escuchar el fútbol por la radio lo dice todo. Abrazo de gol.
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