Aunque parezca simple, una de las cosas más difíciles es aprender a decir NO. Al menos sin culpa. ¿Quién no aceptó algo cuando en realidad quería negarse?
Comprometerse con una invitación que no deseamos, hacer ese “favor” que nos incomoda… Por no desairar, por ser amables, por agradar o quedar bien, o quizá porque estamos demasiado acostumbrados a pensar antes en los demás que en nosotros mismos. Sin duda, hacer algo por otros puede ser muy gratificante, pero, ¿qué pasa cuando se convierte en hábito y terminamos postergándonos? La psicóloga Sol Altamira (M.P. 3151) nos habla de las consecuencias de querer complacer siempre a los demás:
- Una situación que suele ponernos en alerta o tensión interna es la relacionada con el desajuste que se produce cuando nuestro monto de energía y disponibilidad está mucho más centrado en los otros de nuestra vida, y en menor medida en nuestro ser interior. No hay nada malo en ser amable y querer agradar a los demás; el problema surge cuando se priorizan las necesidades de los otros y dejamos de lado las nuestras. Esta forma de actuar poco a poco va generándonos conflictos internos porque estamos escondiendo e ignorando nuestras necesidades y sentimientos de inseguridad, incomodidad o enojo.
Sin embargo, hacer cosas por los demás genera satisfacción…
- Claro. Complacer a otra persona es un acto generador de bienestar, pero siempre y cuando lo hagamos por elección; sabiendo internamente que también puedo elegir no hacerlo sin "consecuencias" emocionales y/o físicas. Cada vez que realizo una elección, primero he tenido que consultarme y preguntarme qué es lo que quiero o no quiero, y como resultado aparece mi elección. Cuando complacemos a otra persona porque elegimos hacerlo, no solamente estamos favoreciendo/gratificando al otro sino que nosotros mismos nos vemos complacidos en este acto.

- Cuando la conducta de complacer a los demás se hace parte de nuestra identidad, se generan vínculos poco saludables y basados en la dependencia emocional. Entonces surge casi como un hábito el acudir, ceder/complacer al otro.
¿Por qué lo hacemos?
- Como una manera de evitar conflictos, por temor a herir los sentimientos del otro, por una dificultad personal para identificar y sostener mi deseo frente al otro, e incluso para sostener el vínculo.
¿Cuál puede ser la raíz de este hábito?
- Puede ocurrir que en profundidad haya aspectos vinculados a los modos de entregar y recibir amor aprendidos en la primera infancia; situaciones vitales significativas que nos moldearon maneras de relacionarnos, por ejemplo haciéndonos brindar nuestra disponibilidad más absoluta. Esto incluso nos puede posibilitar controlar a nuestros vínculos mediante “chantajes afectivos”. O sea: doy y luego exijo la retribución de lo dado. Esta situación llevaría a intensos montos de angustia y tensión interna e interpersonal, así como a conflictos vinculares. Otra posibilidad es que se haya estado mucho tiempo en esta manera de vincularse y la persona que complace reiteradamente haya perdido registro de lo que siente, porque para ella es mayor la sensación de tranquilidad producida con tal de evitar un "mal mayor". Cabe aclarar que un aspecto clave del que puede estar hablando este hábito puede tener que ver con el miedo a la soledad, quizá uno de los males de nuestra época.
¿Cómo discernir cuando decir “sí” y cuando “no”?
- Obviamente este posicionamiento no implica decir no a todo. Tampoco es un no al otro. Se trata de un “no” que surge luego de preguntarnos si realmente lo queremos hacer, evaluando las consecuencias de nuestra decisión.
¿Cómo identificar y desactivar este hábito?

¿Qué debemos observar en nosotros mismos?
- Para balancear nuestras emociones con nuestras respuestas conductuales y comenzar a equilibrar los montos de entrega y cuidado, tanto en relación a otros vínculos como en relación a nosotros mismos, es fundamental indagarnos para darnos cuenta si complacemos porque lo elegimos libremente - sin miedo a castigos afectivos- o lo tenemos incorporado-aprendido. Cada vez que se complace a otro hay que darse tiempo para registrar qué sentimos al hacerlo. Si surgen emociones como incomodidad, enojo, tristeza, resentimiento o victimización, necesitaremos trabajar sobre nuestras expectativas e intenciones profundas respecto del intercambio efectuado, porque posiblemente doy esperando algo a cambio, y la vivencia de no recibirlo me genera frustración y angustia. En este punto contar con un acompañamiento terapéutico que oriente el camino para encontrar esos aspectos profundos, es la respuesta más adecuada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario