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Ahora le llaman “presión”

A raíz de la difusión de los famosos “cuadernos” de la corrupción, la noción de soborno tuvo en los medios una versión edulcorada que prefirió llamarlo “presión” de gobierno.

Uno puede decir “rueditas pequeñas, metálicas, dentadas, que se fijan a la bota del jinete y que se clavan en las carnes del caballo al galopar” o, sencillamente, decir “espuela”, tal como Les Luthiers hacía en el famoso Gato con explicaciones.
Del mismo modo, uno puede usar el eufemismo para decir que se vio “presionado por un gobierno para entregar un porcentaje del precio acordado en licitación de obra pública bajo amenaza de cancelar la operación”, o decir que “pagó un soborno para asegurarse la ejecución de una obra a la que le infló el valor para no perder ni un centavo, ni siquiera después de haber pagado una ‘cometa’”.
Es hora de dejar los eufemismos, de dejar de consentir que un empresario utilice un lenguaje coloquial para explicar lo que es inexplicable. Nadie está obligado a quebrantar la ley, salvo en los regímenes totalitarios es donde la obediencia debida manda.
El empresario Aldo Roggio admitió esta semana que hizo pagos en negro para campañas electorales del kirchnerismo, aunque utilizó el eufemismo de que los hizo “bajo presión del sector político”.
Roggio, concesionario de la red Metrovías que brindaba trabajo a muchas familia, fue más allá y dijo: “No tuvimos oportunidad de negarnos a esta exigencia”, y también agregó: “Soportamos la presión hasta el límite de nuestras posibilidades, máxime teniendo cuenta que se trata de un servicio esencial y la gran incidencia del rubro personal (70% del total) en los costos de operación del servicio”.
La victimización del empresariado en esta causa es alarmante. Resulta que, ahora, todos fueron rehenes de un sistema perverso que no se animaron a denunciar, al que contribuyeron pagando sobornos, y del que se sienten aliviados de que haya terminado.
Ojalá la Justicia no tenga con ellos la misma benevolencia que vienen demostrando algunos medios de comunicación, que los jueces llamen a las cosas por su nombre y condenen por ello.




Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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