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Corazones Unidos: dos décadas de fructífera y laboriosa vida

La inclusión laboral de personas con discapacidad sigue siendo el desafío mayor.

Por: Marianela Tabbia (De nuestra redacción)

El pasado viernes, las instalaciones de la organización ubicada en calle Almafuerte se colmaron de colores y música. Autoridades municipales, colaboradores y miembros de la institución celebraron los 20 años de trabajo ininterrumpidos.
Pese a los festejos, la realidad del taller sigue siendo compleja ya que no recibe ningún tipo de ayuda financiera del Estado. La venta de los productos que elaboran y los eventos que llevan a cabo son el sustento para solventar gastos. El próximo 10 de agosto, se está organizando un bingo solidario en el salón de Alianza (ex Club Ferro Postal) cuyo costo del cartón es de $300.
La institución está en contacto permanente con grupos locales que brindan manos solidarias como  Rotary Club de Jesús María con quienes están coordinando un proyecto de ampliación destinado a vestuarios para los chicos. También es el caso de los alumnos del Colegio de Huerto que visitan las instalaciones una vez por semana.
A pulmón
Elba Zapata, coordinadora del espacio, fue quien peleó hace 20 años para que los jóvenes con discapacidad pusieran asistir a los talleres culturales municipales. La restauración de muebles fue el puntapié inicial, luego siguió la creación de trapos de piso y finalmente la fabrica de pastas.
Pese a que la discapacidad no está presente en su entorno cercano, Elba siempre sintió un vínculo especial con los jóvenes que conviven con ella. Junto con Nelvys Tottis son las caras visibles del proyecto que se esfuerza por progresar constantemente.
“No tengo ningún título sobre discapacidad, pero sí el aprendizaje del día a día y el contacto con esas realidades, haciendo cursos, viendo de qué forma lo podemos atender, cuáles eran los riegos (…) mi afán de hacer algo era poner a disposición lo yo sabía para quien lo necesitara”, narró.
Y concluyó con una reflexión: “Cuando nos ve la gente en la calle, nos respetan. Siempre digo ‘Por favor, lástima no’ sino que seamos ayudados, que los protejamos, que los atendamos por igual. Que no se los discrimine en ningún aspecto y que tengan las mismas posibilidades que tienen todos. Nosotros tratamos que ellos se olviden de lo que padecen, los tratamos como personas normales”.

En primera persona 
Mariela Massimino es empleada del establecimiento y hermana de Alfredo, quien cumplió 20 años en el taller junto a cinco operarios más. “Fredy”, como todos lo conocen, tiene 40 años y posee Síndrome de Down pero eso no lo detuvo para crecer a la par de la institución.
Su familia debió mudarse desde la zona rural en busca de mejores oportunidades para Alfredo. Llegó a sus oídos que en Colonia Caroya existía una escuela adaptada para recibir a niños y adolescentes con discapacidad así que arribaron a la ciudad poco tiempo después.
Sin embargo, nuevamente la incertidumbre golpeó las puertas. Él como tantos otros chicos culminaba los estudios y quedaba sin opciones de inserción ya que no existían capacitaciones ni ofertas laborales disponibles. Allí fue se encontró con Elba que, junto a un grupo de padres, luchaba por abrirse camino. 
¿Cómo transitaron los Massimino los desafíos a lo largo del tiempo? Mariela rememoró: “Hace 20 años, no había tantos chicos con discapacidad visibles en la calle. Mi mamá siempre cuenta que cuando venía en colectivo, Fredy se tapaba entre las cortinas de la ventanilla y miraba constantemente hacia afuera porque la gente lo miraba mucho. Eso fue cambiando (...) él se fue moviendo junto con la sociedad tranquilamente, no todos tuvieron la misma posibilidad de que sea uno más, parte de la familia”.
Roxana Ballesteros y Gonzalo Caligaro son dos de los 25 chicos que asisten diariamente al taller. Pese al retraso mental que ambos poseen, desde que forman parte de la asociación han tenido grandes avances según narró su coordinadora.
Roxana contó cómo ingresó a trabajar: “Entré en 2014, fui una noche a preguntar en casa de Elba si había algún lugar acá en Corazones y se hicieron todos los papeles (…) antes estuve trabajando en una panadería con mi primo así que ya sabía algo. Hago todas las cosas dulces en la cocina. Me gusta mucho, me divierto con los chicos y soy feliz”. Gonzalo, por su parte, sabe leer y escribir, juega al ajedrez y está a cargo de los números, sean etiquetas o fechas de vencimiento. ¿cuáles son sus sueños?: “Estar acá”, respondió tímidamente.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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