Algo es mejor que nada, puede suponerse, excepto cuando hablamos de obras que impactarán en nuestra vida y que tienen un pasado catastrófico reciente.
Cuando a poco de haber sufrido las inundaciones más feroces de los últimos 50 años, la zona escuchó de boca del gobernador y de sus funcionarios que se construirían cuatro mini diques en la zona alta del Guanusacate, se respiró con alivio.
Irían dos mini diques de poco más o menos de 2 hectómetros sobre los afluentes del Asochinga, Carapé y San Miguel, y otros dos sobre el Santa Catalina que podrían almacenar alrededor de 13 hectómetros entre ambos.
Audiencia y polémica mediante se decidió dar de baja el del Carapé y se anunció que s comenzaría con otro sobre el Santa Catalina, pero de menos de 3 hectómetros (que es el tamaño que tiene, por ejemplo, el dique La Quebrada).
Sobre el Santa Catalina, en el que se habían proyectado presas para retener 13 hectómetros que ahora se anuncie que harán uno de 3 es una reducción cuanto menos sorprendente. No hay anuncio de que, en otro momento, se vaya a construir otro en otra ubicación.
Quieren avanzar con este proyecto porque sobre el río Asochinga está proyectado el otro, pero allí podría haber más resistencia del vecindario y de grupos ecologistas.
La pregunta es: Tras la experiencia de la crecida histórica del 15F (2015), seguida de la de los primeros días de marzo que terminó por destruir lo que la anterior no pudo ¿Será suficiente para demorar el pico de crecida con dos diques que, en total, no almacenarán más que 5 hectómetros?.
La respuesta rotunda es No. Estos diques no van servir para frenar ninguna crecida extraordinaria. Van a servir, eso sí, para crecidas un poco más corrientes, de menor milimetraje y más espaciadas en el tiempo entre ellas.
La cuestión de fondo es que estas obras nos costarán millones de pesos y sería una pena que resulten un derroche poco efectivo para frenar crecidas.

Claudio Minoldo
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