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¡Dejá que los muertos descansen en paz, bailando!

Por: Luis Pastawski (Vecino de Jesús María).

1) Fe, cultura y tradición
La más profunda tradición mexicana, la vida y la muerte. Y la vida después de la muerte. Las ciudades de este mundo con mezquindades y desprecios, con amor y valentía. Las ciudades del más allá, del otro mundo, con las mismas pasiones pero desbordadas de colores y maravillas. ¡Extraordinaria película de animación es Coco! Digna exposición de lo realmente asombroso que es el camino de las almas, que transitan este intervalo doloroso entre el nacimiento y la muerte. Camino abrumador que, colmado de amor, emociones, arte, colores y alegrías, se hace por momentos placentero de recorrer.  Aunque en la balanza, los dolores sumen más y nos aneguen, a veces, con esa nebulosa de fantasías y evocaciones, como la enfermedad de Alzheimer o similar, que padece la abuela de la familia, Coco, que con su nombre titula a ésta sorprendente película.
“Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor”, reconocía el poeta Fernando Pessoa. Parece cercano este pensamiento a la vida de esa esplendorosa mujer, Frida Kahlo, homenajeada en la película. Su padecimiento, el  deleite, la fogosidad y la habilidad, su existencia y el final se enredaban en su cotidiano, tanto como ocurre en la animación de Pixar y Disney. Porque el dolor está en la vida misma y en el después de la muerte; en Coco: el dolor de los vivos por no poder plasmar lo que se desea con ardor o el dolor de los muertos antes de perderse en el infinito total, al dejar de ser recordados en el mundo de los que viven.

2) El mundo de “los vivos” y de los que viven
“La memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba de pasar” La memoria de nuestros muertos nos recuerda lo hermoso que es poder seguir viviendo, de seguir intentando buscar esos pequeños momentos de felicidad plena que nos otorga esta vida. La felicidad de un atardecer junto al mar; de una cena familiar; esos espacios en silencio junto a tu compañera, pescando, esperando el pique; esa reunión para tomar unos mates o una cerveza con los amigos. La plenitud en ese trabajo minucioso del cirujano salvando una vida, de la artesana con sus mimbres, del orfebre preparando la pieza única que alumbrará el camino de una novia. Y esos dolores por los que no están y por los que están ahora mismo sufriendo por las propias miserias de la avidez económica humana, las víctimas, civiles, niños sin ningún tipo de fundamentalismo ideológico en Siria, con un destino cruel decido por excéntricos, émulos del personaje de otra doliente pero extraordinaria película, It.  Me refiero al brutal payaso Pennywise, triste, triste realidad. Y otros semejantes, más cercanos, sufriendo de nuevo una indigna subsistencia, como castigo, por los ajustes económicos impuestos, de nuevo, por los dueños de un circo que tiene sucursal en la Capital de nuestro país y casa Central vaya a saber en qué oficina de algún lugar en el mundo, donde sólo se cuenta y trabaja para una hegemonía de unos pocos patrones. En fin, “nada queda de nada, nada somos, un poco al sol y al aire nos atrasamos. Somos cuentos contando cuentos, nada” O somos cuentos contando cuentos, todo.

3) Los ojos de la abuela
“Como si cada beso fuera de despedida, besémonos, amando. Tal vez ya nos toque en el hombro, la mano que llama a la barca, que viene vacía, y que en el mismo fajo ata lo que recíprocamente fuimos y la ajena suma universal de la vida” Bésame en la frente, recuerda ese beso, recuerda el sonido, recuerda tus labios, recuerda la frente, recuerda los ojos.  Mientras eso ocurra ni detrás del río, ni cerca del cielo, ni en lo más profundo, ni en lo más etéreo, su imagen, tu imagen, la mía, perderá sentido.  ¡A bailar la vida y que bailen los muertos con nuestro recuerdo!

(Entrecomillados textos de Fernando Pessoa y Octavio Paz)
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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