Por: Adriana Felici (Periodista, directora sección En Familia)
El ciclo natural de la vida muestra que poco a poco los roles se van haciendo más flexibles. Cuando los padres comienzan a envejecer, de manera espontánea los hijos van asumiendo responsabilidades que hasta entonces no habían pensado. Se los cuida, se los vigila, se los aconseja, se los ayuda en cosas cotidianas que les empiezan a resultar difíciles. Es aquí donde –evalúan algunos profesionales- se puede caer en la trampa de empezar a actuar como “padres de nuestros padres”. Este viejo axioma transmitido culturalmente es lo primero que hay que vencer si pretendemos mantener una relación armónica y provechosa con ellos.
Roles
La doctora en psicología Graciela Zarebski (UBA), autora del libro: “Padre de mis hijos. ¿Padre de mis padres”, sostiene que los roles en la familia no son intercambiables, por lo que las personas mayores no deberían pasar a ser colocadas en el lugar de objetos manipulables. “Así como los abuelos no deberían asumir el rol de padres de sus nietos, los padres no deberían asumir el rol de padres respecto de sus propios padres”, escribe Zarebski. Es que actuar como “padres de nuestros padres” es ni más ni menos que transformarlos en personas dependientes, sin criterio propio; y sin reconocerles que –de no mediar una enfermedad grave o demencia- pueden conservar autonomía en muchos aspectos. En la vereda opuesta, la Dra. Zarebski propone elegir la opción de brindarles presencia, colaboración y compromiso.

Cómo lograrlo
¿Cómo ayudarlos sin invadirlos ni tratarlos como niños? Antes que nada entendiendo qué les pasa a ellos y qué nos está pasando a nosotros. Hasta no hace mucho los hemos visto casi como súper hombres y súper mujeres, y aunque de algún modo para nosotros lo son, ellos, como cualquier mortal, ellos se cansan, se enferman, sienten miedo y necesitan ayuda.
¿Y nosotros? ¿Cómo nos cae esta nueva situación? Justamente, por haberlos visto con algo así como con “súper poderes”, nos cuesta horrores asumir que estamos ingresando en una nueva etapa: ellos envejecen y nosotros somos total y definitivamente adultos. Y hay que hacerse cargo.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) propone la idea de un envejecimiento activo. Esto implica que los hijos debemos redoblar esfuerzos para acompañarlos sin dejar de favorecer su autonomía; poniendo más acento en sus fortalezas que en sus debilidades. Las personas mayores sanas desean fundamentalmente llevar una vida saludable; ser activos y útiles a nivel social; tener una buena relación familiar; disfrutar de actividades de ocio con amigos y tener una situación económica razonable.
Un estudio realizado en la Facultad de Medicina Norwich (Inglaterra) sugiere que los adultos mayores que experimentan una relación “fiable, cercana y comprensiva” con sus hijos adultos, son menos propensos a desarrollar demencia. Por el contrario, una relación cercana disfuncional (ser objeto de críticas, recibir comentarios poco fiables o irritantes por parte de cónyuges, hijos u otros familiares inmediatos) se relaciona con un aumento en el riesgo de desarrollar esta enfermedad.

Otro mito
Ayudar a los padres en su vejez no debería hacerse por obligación, ni para saldar una deuda pendiente. El mito: “Como ellos nos cuidaron cuando éramos niños, ahora nos toca a nosotros cuidarlos a ellos”, se parece mucho a un intercambio mercantil: “Vos me diste; yo te doy”. Y lo cierto es que aquí no se trata de un trueque ni de una negociación. Simplemente, se trata de amor. Porque en esta nueva etapa de sus vidas, lo fundamental es hacerles sentir que nos importan.
Fuentes: Zen, Familias.com, Dra. Graciela Zarebski y MenteSana
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