La diferencia entre diálogo y monólogo puede parecer obvia, pero no lo es. Hay compatriotas que creen estar dialogando cuando lo que hacen es monologar.
Periódicamente, el editor de este espacio, arremete contra la intolerancia porque está convencido de que es un mal que debe combatirse de todas las maneras posibles, especialmente con la palabra.
Pero desde hace tiempo, la observación se mudó a territorios afines a la intolerancia, ese territorio en el que parece que “no hay peor sordo que el que no quiere oir ni peor ciego que el que no quiere ver”.
En tiempos de posverdad, donde todo merece cuestionamiento, donde nada tiene valor absoluto, es frecuente toparse con el que niega hasta las propias verdades científicas.
Ni la ética irreprochable, ni la moral intachable, ni la honestidad sostenida a lo largo de décadas parecen ser suficiente para respaldar afirmaciones. Entonces, cualquier “salame” se cree con derecho de espetarle “su” verdad a la persona más prestigiosa.
Desde ese lugar, es posible denostar la opinión profesional de alguien, dudar de la certeza de una prueba científica (menos del test de embarazo que sigue siendo infalible), y cuestionar cada palabra, cada escrito, cada testimonio, de cualquiera.
Lo lindo que tiene un diálogo es la posibilidad de aprender, de incorporar algo nuevo, de corregir lo que dábamos por cierto y no lo era tanto, la de sumar nuevos e interesantes puntos de vista. El diálogo nos aproxima y nos diferencia, nos identifica y nos clasifica, y tiene la virtud de generar nuevas instancias de relación.
Dialogar con quienes siempre estamos de acuerdo es sano, pero también es sano intentarlo con el que piensa diferente, con el que está parado en otro sitio, con el que ve la misma realidad con otra mirada.
Este último diálogo está imposible en estos tiempos, resulta agotador no poder formular ningún intercambio porque muchos han establecido una matriz de compartimiento estando que no permite ingresar nada y sólo sale lo que está dentro de ese compartimiento.
El falso diálogo entre los denominados macristas y kirchneristas es un ejemplo de esto que estamos diciendo. Son puros monólogos inconducentes en los que ninguno se quiere mover de su zona de confort y apela a la chicana, el golpe bajo, el insulto y la agresión. Revertir eso parece misión imposible.
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Diálogos imposibles en estos días

Claudio Minoldo
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