Por favor, dejemos de incitar a las mujeres a la maternidad por una costumbre ancestral. Está claro que no deberían ser madres las que no tienen vocación, las que no gustan de los encantos de la niñez, las que no quieren postergar sus carreras profesionales, para las que no es preciso tener un hijo o hija para sentirse completas, las que no quieren ceder su tiempo, ni perder su figura.
Porque si hay algo que trae aparejada la maternidad es la capacidad de entrega constante, incesante, hasta el último aliento. No hay nada que una madre con vocación no sea capaz de hacer por un hijo.
Una madre con vocación deja de dormir para amamantar, para calmar los cólicos estomacales, para cambiar pañales sucios. Y no lo hace con pesar. Saca fuerzas de donde no tiene para estar presente allí, en ese preciso y difícil momento.
Y está presente también con las primeras comidas y los enchastres, en los primeros pasos y los primeros golpes. Sufre con cada chichón, con cada tos, con cada moco, con cada fiebre.
Retrasa su hora de comer, su horar de dormir, prácticamente renuncia a sus gustos personales porque ese hijo o hija lo es todo.
Guarda en su memoria el momento de cada avance, de cada aprendizaje, acompaña a todos los actos escolares, registra en fotos y videos, guarda los primeros dibujos, y dientes, y cabellos.
Tiene la paciencia para dar remedios y convencer al pequeño/a de que es necesario tomarlos. Y es capaz de tenerlo/a en brazos durante horas sin desfallecer.
Y esa presencia constante no desaparece nunca, sino que acompaña durante la adolescencia y también en el paso a la juventud. Y se va prolongando en el tiempo, todo lo que sea necesario.
Definitivamente, hay mujeres con vocación de madres, mujeres que nos hacen más fácil nuestra tarea como papás.
(N de la R) ¡Feliz día para mi madre y para la madre de mis hijos!
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