Homenaje a todas esas madres que no parieron, tan madres como las madres que parieron, las que parieron sobrinos, sobrinos nietos, hijos ajenos… y se prendieron a ellos como un abrojo… Hoy dedicado a mi tía (abuela) Coca.
Por: Tere Farrando (Docente jubilada).
No sé si estaba tan flaca. Sí sé que vivía del aire, como decía mi mamá. De verdad, de verdad, no comía nada. Pero ante éso estaba la tía Coca, una de las tres hermanas de mi abuela Renata.
No se había casado. Su destino en la vida había sido cuidar a sus padres, a sus hermanos solteros, y como si tuviera poco a sus sobrinos y a mí, su sobrina nieta. Era la paz y la tranquilidad vestida. No recuerdo haberla escuchado gritar, ni enojarse, ni protestar, ni quejarse. Daba. Se daba. Recuerdo su modo de caminar y hablar pausado y dos imágenes que quedaron grabadas en mí: las dos caminando por el Paseo del Huerto, con un bolsito en la mano, acompañándome a operarme del apéndice en la clínica de Patiño… y sus amarettis… las tenía guardadas en una bolsita pequeña en la imponente aparador negra.
Entonces cuando yo iba a estudiar todos los días allí o simplemente cuando iba… ella sacaba las amarettis y me daba dos junto a una copita de oporto “El Abuelo”. “Para que engordes”, “para que te abra el apetito” decía y repetía…
En realidad creo, más bien estoy segura que el apetito se me abrió casi veinte años después, pero el corazón y el recuerdo, y el amor, y el cariño se me abrieron al acto, en el mismo momento en que ahora en mi casa, casi cuarenta años después, y ya sin ella… abro un paquete y su ruido, su olor, su gusto en la boca me transportan a la tía Coca y sus amarettis.

Claudio Minoldo
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