Hace 22 años Teresa Albarracín (60, madre de Rosana, de 32 años) hacía costuras para afuera, salía en bicicleta a hacer limpiezas, y su marido, Marcelino Copetti, trabajaba de albañil. “Pero las cosas no andaban”, confiesa esta mujer nativa de Candelaria del Sur y afincada en Colonia Vicente Agüero desde su casamiento. Con emoción cuenta cómo de no tener “nada” pasaron a ser dueños de una panadería que hoy distribuye sus productos en una amplísima zona: “Una vecina me dijo: vos que tenés tantas ganas de salir adelante, ¿por qué no hacés pan para vender? Yo, para mis adentros, dije: ¿Y quién me va a comprar pan a mí?”
Pero se largó. Para empezar Teresa contaba sólo con dos cosas: un horno a leña familiar… y sus manos. “Empecé a hacer pan y lo regalamos para degustar. Nos empezaron a encargar, y como yo para la calle no sirvo, pero mi marido es un maestro para eso, él salía a vender”.
Comenzó haciendo 8 panes por semana; los que cabían en el hornito. Marcelino volvía de trabajar y salía a repartir en un Fiat 600. Pronto hubo que hacer pan 2 veces por semana… “Siempre en ese hornito… Y de una bolsita de 5 kilos de harina ya usábamos una de 10… Y de ahí pasamos a la de 50. Y el hornito quedó chico porque de repente ya hacíamos dos horneadas por día. Siempre amasando a mano en un fuentón, en mi cocina, sin comodidad, con el hornito afuera; saliendo a cocinarlo con frío, calor o lluvia”.
Cuando el hornito quedó chico Marcelino hizo uno más grande, para 40 panes, pero no pasó mucho tiempo para que tuvieran que llamar a un especialista y hacer uno más grande aún. Es el que se usa actualmente y caben 240 panes.
Cronología
Hoy en Panadería Copetti se hacen dos horneadas diarias -480 panes en total, de lunes a lunes- a lo que se suman productos que fueron incorporando: pan de bollito, “corderos”, galletas de novia y de miel, pepas, marmoladas, polvorones, prepizzas, grisines… El camino se transitó con dos motores irreemplazables: necesidad y un gran empuje. Teresa nunca se dio permiso para el cansancio. Y tuvo premio: hoy la panadería de los Copetti distribuye en toda Colonia Caroya, Jesús María, Totoral, La Puerta, Tirolesa, General Paz y Sinsacate. De una persona repartiendo hoy son tres; de amasar a mano pasaron a comprar amasadoras cada vez más grandes; del 600 a un 147, y hoy tienen tres vehículos; de ir a buscar los insumos a que se los traigan. Y para completar, tienen casi 10 empleados.
“Con el segundo hornito me empezó a ayudar un hermano que vino del campo, y como necesitábamos más espacio acondicionamos el galpón (a pasos de la casa). Fuimos a hablar a bromatología. Por medio de la Municipalidad de Colonia Caroya nos dieron un crédito –para devolver, aclara con orgullo- y como los brazos ya no me daban compré una amasadora chica y una batidora para algunas cositas dulces”, cuenta de un tirón, y puntualiza: “Al principio preguntaba las recetas a las vecinas… La gente de la zona es muy buena… Así aprendí a hacer galletas de novia, alfajores… Y cada vez pedían más… Y como ya nos iba un poquitito bien, la platita que sobraba la íbamos invirtiendo en la panadería. Agrandando, poniendo azulejos… Y mi marido ya se quedó a trabajar sólo en esto”.
Cuando se tomó a la primera empleada, la cosa ya superaba todas las expectativas: “Ya no era una bolsa de harina por semana… eran 4 ó 5… Para mí era una locura… Mirá adonde llegué decía… MI hija era adolescente y mi marido le firmó un permiso de conducir para que saliera a repartir porque él ya no alcanzaba. Mientras, yo aquí, dale que dale. Le juro que no aflojé un día… Hay gente que empieza un trabajo y lo abandona… Yo empecé y no me fue bien al principio, no vaya a creer… es difícil al principio… pero lo que vale es seguir y seguir… Y me gustó siempre… la panadería es mi vida”.
Hace 14 años Teresa enfermó de gravedad. Tuvo que operarse. Y una vez más su voluntad la sacó adelante: “Habré estado cuatro días en cama, y después con la herida que tenía me vine a la panadería. La pasé mal… pero la Teresa seguía ahí en el hornito…”, dice con los ojos llenos de lágrimas.
Hoy, además del reparto, tienen un saloncito de ventas para la gente de la zona. “Nunca creí llegar a esto. Gracias a Dios vivimos bien, trabajamos juntos los tres, y damos trabajo a varios chicos. Me encanta darle trabajo a la gente. Con ellos compartimos risas, llantos, problemas –Teresa vuelve a emocionarse-. Me pongo en la piel de ellos y cuando puedo los ayudo, porque yo empecé sin nada”.
Rosana
No hay comentarios:
Publicar un comentario