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Elba Zapata: “Quería brindarle lo que sabía a alguien que lo necesitara”

Por: Adriana Felici (Periodista - directora sección En Familia)

Hace casi tres décadas que a Elba Zapata (61) se la puede ver rodeada de chicos con discapacidades. De su mano muchos aprendieron a ganarse el sustento. Hace 19 años ella es la cara visible del Taller Protegido Corazones Unidos (antes Corazones Solidarios), pero su tarea comenzó antes. Elba daba clases de artesanías. Su facilidad creativa la llevó a vincularse con personas con discapacidad a las que los talleres les servían de medio de expresión. En 1986 se incorporó a la Municipalidad de Jesús María con un taller de artesanías, y su primer trabajo con la discapacidad fue en el CID (Centro Integral de la Discapacidad), en los ’90. 
De perfil más que bajo, esta mujer que define a su vocación como su deseo de “volcar en los chicos con capacidades diferentes mis conocimientos sobre arte”, trabajó 9 años (parte ad honorem) en el CID. Cuenta: “Después de un verano, cuando con el equipo volvimos a trabajar nos dijeron que no teníamos más trabajo. Las mamás me buscaban, y como yo estaba en la Municipalidad, la gente de cultura me decía que llevara a los chicos a hacer alguna actividad manual. Pero como no habia un espacio especial para ellos yo descuidaba un poco a los otros alumnos, así que le pedí al director de cultura (intendencia del Dr. Lucas Torres) tener un grupito aparte. Ahí empezó el taller”.

Emprendedores
Poco antes del 2000 a Elba le llegó gente con discapacidad que necesitaba hacer una actividad rentable: “Eran personas que habian tenido un accidente, padres de familia… Asi que empezamos a armar un grupo. Mi marido me había dicho: Elba vos con discapcidad nunca más, porque yo me había enfermado cuando me despidieron en el CID. Tuve que ir al psicólogo… Esos chicos eran mi alma”.
De ese grupo salió el emprendimiento de trapos de piso y rejilla. Con los primeros trapos fueron comprando maquinaria más moderna y, en 2003, surgió la idea de fabricar pastas.“Ya eran muchos chicos y no alcanzaba con lo de los trapos para que tuvieran su ganancia”, explica. 
Hoy, el taller tiene 30 chicos que elaboran un surtido de productos (ver recuadro). La tarea se completa con eventos especiales, como las “24 horas de pastelitos”. “Al principio hacíamos la pasta con una pastalinda… hasta que empezamos a comprar maquinaria”.
Elba volvió a trabajar con la discapacidad a pesar del pedido de su marido… “Cuando inauguramos el taller recién ahí lo supo. El día de la inauguración le tuve que decir, y le pedí perdón. Hacía dos años que estaba trabajando con ellos…”.
¿Se podría decir que llegó de casualidad a la discapacidad? “No sé como llegué… yo quería brindarle lo que sabía a alguien que lo necesitara. Me salió institivamente a pesar de no haberme formado. Pero hice cursos, fui a charlas, me informé, leí libros para saber las particularidades de cada discapacidad. Yo sólo quería ayudarlos”, dice.
Curioso: Elba es en realidad empleada municipal, y la Municipalidad la “presta” al taller Corazones Protegidos. El camino fue largo: el taller nació municipal, pero por falta de espacio y porque la Municipalidad no puede tener emprendimientos que generen ganancias, hubo que mudarse… Así fue como la Municipalidad cedió parte del terreno del IMEI y con fondos propios (producto de eventos) la comisión de padres del taller –con la colaboración y guía de Elba- construyó el edificio donde hoy funciona la fábrica de pastas. “Con la primera pasteleada nos compramos la heladera mostrador, una sobadora y una amasadora”, recuerda.
La llena de orgullo ver que lo que eneña cuaja. “Se necesita mucha paciencia y se ve que Dios me la ha dado… Tengo que repetir 20 veces lo mismo hasta que aprenden, pero no me canso. Estamos ahí para eso…”
Está ampliamente satisfecha de la responsabilidad con que los chicos se toman su trabajo. “Es su espacio. Por eso creo que hay que pagarles bien. Teníamos subsidio de la nación pero lo sacaron…  Con lo que ganan no les alcanza;  algunos tienen pensiones… pero haría falta una ayuda de la nación o provincia. Por eso es que molestamos tanto a la gente”, explica.

El chico perdido
De las miles de anécdotas que atesora, una la conmueve muchísimo. Hace unos años Elba fue de vacaciones con su marido a La Falda. Hacía un mes que un alumno suyo se habia ido de su casa. No se lo podía encontrar. Una noche Elba y su marido salieron rumbo al teatro y en una esquina se encontraron con el chico perdido. “¡Me agarró una desesperación! ¡No sabía qué hacer! Volvimos al hotel y el dueño me ofreció llevarlo a dormir… pero no éramos familiares y podíamos meternos en un lío, así que tuve que esperar a contactar a la mamá, y al día siguiente lo fue a buscar. Después me enteré que ese chico se había ido a La Falda porque me había escuchado decir que me iba a ir de paseo allá”, narra de un tirón. Demás está decir que esa noche de teatro ni hablar. “Yo no estaba en condiciones de ir”, suspira.
¿Siente Elba que lo suyo es una misión? “Posiblemente, sí. Porque no cualquiera puede trabajar con discapacidad por más ganas que tenga. Estos chicos me llenan el corazón”.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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