Por: Marianela Tabbia (De nuestra redacción)
Durante 20 años quiso dejar los recuerdos de Malvinas. Después de coincidir por circunstancias de la vida con otros excombatientes de la región, decidió empezar a hablar y reflexionar sobre su paso por las islas.
Hoy, Eduardo cuenta su historia con gran lujo de detalles, remarca las buenas experiencias que tuvo y saca lo bueno incluso de aquello que no lo fue. Luego de tomar la iniciativa de recordar, surgió en él la necesidad de saber el destino de los compañeros de pozo o conocido comúnmente como trinchera.
Tres jóvenes de clase ‘63, convivieron durante 58 días con bombas, frío y hambre. Cada uno trayendo consigo sus orígenes, costumbres y estilo de vida que debieron acostumbrarse a una realidad compleja, la de una guerra.

Durante su estancia en el lugar durmieron, comieron y pasaron sus ratos libres en un pozo que los mantenía a salvo de las explosiones. En cada posición había dos combatientes, aunque en el caso de Álamo fueron tres. Sólo abandonaban el refugio a la hora de hacer guardias o cuando no se veía peligro en el horizonte.
Años de búsqueda
Finalizada la guerra, Eduardo perdió el rastro de José Alesio y de Hugo “Colorado” Bowen. Los jóvenes de 18 años crecieron, volvieron a los pagos y continuaron su vida. Pese a que pasaban los años, el recuerdo de sus compañeros seguía intacto por lo que emprendió la tarea de buscarlos.

Allí obtuvo el dato que se encontraba en San Francisco por lo que logró contactarse con él y desde entonces mantienen largas charlas por teléfono. La primera conversación no resultó como esperaba ya que su antiguo compañero no tenía muchas memorias de Malvinas, ni siquiera de quienes compartieron cerca suyo aquella experiencia.
“Yo quiero que vos me ayudes a recordar”, fue la frase que encendió nuevamente el vínculo que nació 35 años atrás. Entonces Eduardo comenzó a relatar anécdotas de su paso por las islas y, de a poco, las imágenes volvieron a su mente. La esposa de José le confesó que toda la familia estaba ansiosa de recuperar parte del pasado que por alguna razón se había esfumado.
Un domingo Eduardo recibió la noticia de que un viejo amigo lo buscaba en el trabajo. José no lo reconoció de inmediato, probablemente disimuló, pero igual decidió sentarse a tomar un café con aquel extraño. Pero llegó un momento en que su sinceridad pudo más y le largo el “disculpá, pero no me acuerdo de vos”. Un rato después, desvió la mirada hacia el hijo de Eduardo, Martín, y ahí tuvo la revelación: Ese joven era la imagen calcada de su padre, de aquel joven que había conocido en territorio malvinense y que se había perdido en su memoria.
Restaba tener noticias de Hugo, lo único que recordaba era que provenía del sur del país. Ahora, los dos veteranos rastreaban el paradero del tercer integrante del equipo. A través de las redes sociales, localizaron al “Colorado” en Chubut y quedaron en ir a visitarlo.

“Éramos desconocidos porque solo estuvimos 58 días juntos (…) pero yo sentía que los conocía de toda la vida. Es algo que no tiene explicación”, sostiene Eduardo.
La alegría de la reunión se multiplicó al conocer que cada uno pudo rehacer su vida, formar su familia, y permanecer sano. Además, desde ahora, sumaron dos nuevos hermanos a sus vidas.
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