Enseñar cuando todos atienden y hacen caso es una cosa, pero qué pasa cuando la atención es dispersa, el alumnado diverso, y la escuela atraviesa una crisis.
En una época, la escuela ofrecía el mismo contenido académico a todo el alumnado, aunque fuese heterogéneo. Las clases eran magistrales, unidireccionales, y con escasa interacción.
El saber y la información, en esa época, estaba únicamente en manos de los docentes y en los libros y para aprender había que atender lo que enseñaban los docentes y reforzarlo leyendo libros.
Para aprender era necesario atender y portarse bien, mantener la disciplina. Porque, después de todo, la escuela nos preparaba para la vida. La escuela y el paso por la escuela -en sus diferentes niveles- era garantía de acceso al mundo laboral.
Pero en los últimos 20 años la historia cambió, la información circula casi de manera instantánea, el saber no se acumula sólo en libros, y ya no son los maestros los únicos que saben. El conocimiento está a un clic de distancia, a un vistazo de pantalla, el acceso a las enciclopedias es gratuito.
En ese contexto, tampoco el paso por la escuela es garantía de acceso al mundo laboral. En un mundo tecnificado, la mano de obra ya no es abundante sino especializada. Muchos trabajos manuales fueron reemplazados por trabajos robotizados y los enormes planteles de operarios dejaron su lugar a unos pocos puestos.
Es que la escuela del siglo XIX buscaba formar trabajadores. Y en esa tradición continuó la escuela del siglo XX. La del siglo XXI tiene que formar ciudadanos críticos, autónomos, independientes, pero en muchos casos sigue anclada a la vieja estructura histórica.
Tener vocación para enseñar en un mundo que cambió radicalmente en dos décadas es realmente admirable. Que alguien quiera ponerse un guardapolvos y pararse frente a un aula de alumnos dispersos, bulliciosos, con atención múltiple es motivo de admiración.
Que alguien abrace la docencia e intente trasmitir valores en un mundo que los cuestiona, es un esfuerzo admirable. ¡Feliz día abnegados maestros!

Claudio Minoldo
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