Inadmisible que desaparezca una persona en democracia independientemente de sus convicciones religiosas, políticas, de su estilo de vida o elección laboral.
Si este editor, si este argentino que escribe esta editorial desaparece en democracia, por favor, búsquenlo. Por favor, no juzguen cómo pensaba, qué cosas hacía, si su estilo de vida les gustaba más o menos, si sus convicciones ideológicas eran parecidas a las suyas. No dejen de buscarlo porque ningún argentino debe desparecer, por ningún motivo, y menos cuando estamos en democracia y reina el estado de derecho.
No creo que Santiago Maldonado tenga que pasar a la historia como un mártir. Hasta su desaparición, era una persona absolutamente desconocida para la mayoría de nosotros.
Muchos de los comentarios que se hicieron sobre él tienen que ver con nuestros prejuicios. Si era hippie (como sinónimo de haragán y poco afecto a la higiene personal), si era un militante K o afin al kircherismo, si fue o no casualidad que llegara a acompañar el reclamo de la comunidad mapuche, si no tendría que haber estado trabajando como -se supone- que hace la gente honesta que se “rompe el lomo”.
Y de los prejuicios pasamos a los juicios: es un desaparecido que le plantan a Macri dentro del marco de la campaña electoral legislativa para debilitarlo. Es un militante rentado de esos que van rotando de manifestación en manifestación porque ése es su trabajo. Es un tarado que se escapó a Chile y desde allá nos hace pito catalán mientras mira todo desde la traquilidad transcordillerana.
Hasta que la Justicia no determine qué fue lo que pasó y dónde está, lo cierto -aunque enojoso para algunos- es que es un desaparecido de la democracia. Su caso no tiene analogía con la desaparición forzosa de Julio López ni con la muerte del exfiscal Nisman porque sobre ellos pesa la sospecha de que fueron desaparecido y muerto, respectivamente, por lo que sabían. En cambio, no sabemos si Maldonado sabía algo que alguien quiso ocultar.
No tendría que haber ninguna duda de que -sea Santiago Maldonado o cualquier otro argentino- resulta inadmisible que ostente el estatus de “desaparecido”. No en democracia.

Claudio Minoldo
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