Daniel Roggio tuvo un amor a primera vista en su niñez y fue con el teléfono que utilizaba la empresa de su familia en Colonia Caroya. Era un aparato marca Siemmens, con lucecitas, que tenía la función ‘intercomunicador’ y permitía “pasar” llamadas a otro aparato.
Un pasatiempos maravilloso de esa época era oficiar de telefonista, aunque fuese solo un niño, y poder comunicar a las personas. A partir de allí comenzó una aventura que lo iba a mostrar, 40 años después, como el dueño de una colección fantástica de teléfonos.
Él sabe que son más de 300, aventura que quizás sean 400 porque no puede tenerlos todos exhibidos y en su casa andan por todos lados: mesitas de luz, muebles, cajones, aparadores, cómodas.
También tiene un coqueto teléfono de 1920 con caja de madera, y un teléfono que una abuela le trajo de Estados Unidos en 1979 que es de baquelita dorado.
No son teléfonos nuevos, sino aparatos que han tenido su uso y Daniel respeta esa antigüedad. Los hay de colores, de distintas décadas e. incluso, algunos más modernos y tecnologizados.
Una pasión sin igual
“Con el paso del tiempo, aquello que empezó a los ocho años, me di cuenta de que me gustaba mucho y desde entonces comencé a comprar aparatos teleónicos en la Cooperativa de Servicios Públicos”, comenzó diciendo Daniel.
Iba todos los días a la siesta y generalmente lo atendían Carlos Rodríguez y Rogelio Lauret. Allí, elegía aparatos que le facturaban a la firma del padre y que se los facturaban a fin de mes.
“No es un hobbie muy común -reconoce Daniel- pero me llena mucho, es muy importante para mi y me ayudó a entender lo importante que es la comunicación y cómo surgió, desde el telégrafo pasando por los teléfonos que tenían disco, los identificadores de llamada, y los teléfonos digitales”.
Daniel asegura que le cuesta elegir a los que más quiere de entre todos los que tiene: “No es fácil hacer una selección porque cuando uno tiene una pasión es muy difícil hacer ese recorte. Cada aparato que tengo tuvo su historia, y cada uno tiene su importancia”.
Aunque seguramente la colección de Daniel tiene un valor de marcado importante, para él es invaluable. Ni siquiera se desprendería de ella aun cuando le paguen un millón de dólares. “Me llena el corazón, el alma. Cuando voy a un lugar público, lo primero que busco es ver qué tipos de teléfonos tienen. De hecho, hubo gente que supo de mi afición y me obsequió teléfonos”, completó y aseveró: “Ni por un millón de dólares me deshago de la colección. Porque ese millón de gasta rápido y mi colección tiene un valor diferente para mí”.
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