Podría decirse que Miguel Alfonso Sahade (73, casado con Carmen Cragnolini) está detrás del mostrador de Casa Sahade desde sus 3 años. ¿Exagerado? No tanto: un nieto, de sólo 4 años, ya “colabora” en el negocio. “Cuenta la mercadería. Hace pilas de 10 y te dice ‘hay 10 pilas de 10’. No sabe cuánto es pero separa 100 artículos”, nos cuenta sonriente y agrega: “Lo hace de ver a sus hermanos. Es la sangre”, decreta este hombre de abuelos sirios, y agrega: “Mi padre me decía: Si ponés vaca con b o v, sigue siendo vaca, pero si 2 más 3 no es cinco…”.
Sus abuelos paternos –Abdala (anotado como Domingo al ingresar al país) y María Farah- vinieron de Siria en 1913: “Escaparon del dominio turco; cualquier cosa te cortaban la cabeza”, narra. Su padre –Miguel- nació en Brasil cuando el barco recaló en Belén, Pará. Después siguieron viaje a Argentina. Ignora por qué eligieron Jesús María, pero deduce: “Aquí había muchos sirios (paisanos, dice). En el ’35 había un club sirio y una iglesia ortodoxa. Es algo que pocos recuerdan”.
Abuelos
Papá Sahade
El 1º de septiembre Casa Sahade –fundada por su padre –también Miguel- cumplió 70 años de vida. Siempre en Colón 40. Desde 2004 en el rubro deportes, pero mucho antes se llamaba “La Economía”. Y como el socio era José Boscatto el slogan cayó de maduro: “Sahade y Boscatto, para que usted compre bien y barato”. Vendían telas de sábanas, para vestidos, para pantalones de trabajo, casimires ingleses para trajes, cotín, valijas, gorras, calzado. “Vendíamos el Paso Doble (“Más pasos por menos pesos”) y el Gomicuer (“El 7 vidas”, recita Miguel). Los primeros vaqueros fueron los Far West, Kansas y Topeka. Y los botines, Sacachispas, Sportlandia y Fulvencito. Se llamaban botines –explica- porque era un zapato con forma de botita, con taponcitos de cuero con clavos. A veces esos clavos lastimaban. He visto a mis tíos sacarse los botines y sangrar”.
Miguel estudió ingeniería química. Le faltaban 5 materias: “Me gustaba, pero vine al negocio porque mi papá se había separado del socio. Un día me buscaron de la fábrica Aesa. Mi papá se puso chocho, pero me dijo: Yo te diría que aceptes, pero allá vas a ser laboratorista, y acá, dentro de un tiempo podés ser dueño. Muy sabio mi viejo, y tenía sólo tercer grado”.
Los clientes los conocían como Don Miguel y Miguelito, nombre que perdura en la familia. Asegura que la cultura del trabajo es “sello Sahade”: en el negocio trabajan sus tres hijos – Miguel (ingeniero), Virginia (profesora de matemática) y Fernanda (licenciada en ciencias de la educación y directora de primaria)- y 6 de sus 10 nietos. “Los que están en edad”, aclara.
Miguel sigue firme: “Para el día del niño compré 1000 pelotas. Todavía sirvo para pelear los precios. Los grandes negocios los hago yo”, concluye este hombre, admirador de las cosas antiguas: no sólo conserva una bicicleta Peugeot de 1900 –de su abuelo- sino que aún tiene la gran mesa de 8 patas que presidía el salón de ventas de La Economía.
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