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Casa Sahade: Miguel, nieto de sirios, y 70 años de recuerdos

Por: Adriana Felici (Periodista - directora sección En Familia)

Podría decirse que Miguel Alfonso Sahade (73, casado con Carmen Cragnolini) está detrás del mostrador de Casa Sahade desde sus 3 años. ¿Exagerado? No tanto: un nieto, de sólo 4 años, ya “colabora” en el negocio. “Cuenta la mercadería. Hace pilas de 10 y te dice ‘hay 10 pilas de 10’. No sabe cuánto es pero separa 100 artículos”, nos cuenta sonriente y agrega: “Lo hace de ver a sus hermanos. Es la sangre”, decreta este hombre de abuelos sirios, y agrega: “Mi padre me decía: Si ponés vaca con b o v, sigue siendo vaca, pero si 2 más 3 no es cinco…”.
Sus abuelos paternos –Abdala (anotado como Domingo al ingresar al país) y María Farah- vinieron de Siria en 1913: “Escaparon del dominio turco; cualquier cosa te cortaban la cabeza”, narra. Su padre –Miguel- nació en Brasil cuando el barco recaló en Belén, Pará. Después siguieron viaje a Argentina. Ignora por qué eligieron Jesús María, pero deduce: “Aquí había muchos sirios (paisanos, dice). En el ’35 había un club sirio y una iglesia ortodoxa. Es algo que pocos recuerdan”.

Abuelos
“Mi abuelo vendía en forma ambulante. Se iba a pie hasta el monumento a los inmigrantes, con una canasta de mercadería en cada brazo. Como hablaba poco español cobraba todo 20 centavos. Lo conocían como ‘Don todo veinte’ –ríe. Vendía de todo: peines, peinetas, corpiños, coladores… cosas livianas. Cuando progresó se compró una jardinera y pudo llevar más. Mi papá me contaba que los hijos iban a ayudarlo, y que la gente era tan sana que los invitaban a comer. Cuando iba con la canasta muchas veces le regalaban zapallos plomo y se venía desde allá cargándolos. Yo le preguntaba: Abuelo, ¿cómo hacías eso? Y él me decía: ¿Sabés lo que costaba darle de comer a siete hijos?”. Mientras, su abuela cosía: “Venían los Peralta Ramos que tenían estancia acá y ella les hacía pijamas a los chicos para el invierno. No sabía leer ni escribir pero no se le escapaba un número”.

Papá Sahade
El 1º de septiembre Casa Sahade –fundada por su padre –también Miguel- cumplió 70 años de vida. Siempre en Colón 40. Desde 2004 en el rubro deportes, pero mucho antes se llamaba “La Economía”. Y como el socio era José Boscatto el slogan cayó de maduro: “Sahade y Boscatto, para que usted compre bien y barato”. Vendían telas de sábanas, para vestidos, para pantalones de trabajo, casimires ingleses para trajes, cotín, valijas, gorras, calzado. “Vendíamos el Paso Doble (“Más pasos por menos pesos”) y el Gomicuer (“El 7 vidas”, recita Miguel). Los primeros vaqueros fueron los Far West, Kansas y Topeka. Y los botines, Sacachispas, Sportlandia y Fulvencito. Se llamaban botines –explica- porque era un zapato con forma de botita, con taponcitos de cuero con clavos. A veces esos clavos lastimaban. He visto a mis tíos sacarse los botines y sangrar”.
Un recuerdo duro: “En 1952, cayó una manga de piedra feísima. El techo era de chapa, y como aislante tenía cañas con barro. Las hojas de los plátanos que había enfrente taparon los desagües y se nos inundó el negocio. Mi papá se sentó en una silla a llorar, pero mi mamá, gringa luchadora (Delia Lirusso), le dijo: Lo vamos a sacar adelante de nuevo. Después, cada vez que estaba para llover, mi mamá ponía telas de Plavinil  cubriendo estanterías y mostradores. Empezamosd el techo nuevo pero a los 45 días mi padre se murió. No pudo verlo”, dice apenado, y agrega: “Falleció un martes y el viernes tuvimos que abrir el negocio como dueños con mi hermano Ricardo”.
Miguel estudió ingeniería química. Le faltaban 5 materias: “Me gustaba, pero vine al negocio porque mi papá se había separado del socio. Un día me buscaron de la fábrica Aesa. Mi papá se puso chocho, pero me dijo: Yo te diría que aceptes, pero allá vas a ser laboratorista, y acá, dentro de un tiempo podés ser dueño. Muy sabio mi viejo, y tenía sólo tercer grado”.
Los clientes los conocían como Don Miguel y Miguelito, nombre que perdura en la familia. Asegura que la cultura del trabajo es “sello Sahade”: en el negocio trabajan sus tres hijos – Miguel (ingeniero), Virginia (profesora de matemática) y Fernanda (licenciada en ciencias de la educación y directora de primaria)- y 6 de sus 10 nietos. “Los que están en edad”, aclara.
Miguel sigue firme: “Para el día del niño compré 1000 pelotas. Todavía sirvo para pelear los precios. Los grandes negocios los hago yo”, concluye este hombre, admirador de las cosas antiguas: no sólo conserva una bicicleta Peugeot de 1900 –de su abuelo- sino que aún tiene la gran mesa de 8 patas que presidía el salón de ventas de La Economía.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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