Norma Casali (80 recién estrenados), estudia italiano porque cree que “la silla es sólo para sentarse un rato; no hay que aquietarse“. Tiene 3 hijas y 5 nietos, y está casada hace 56 años con Armando Lépore a quien conoció jugando tenis. Es que, además de docente, Norma fue una gran jugadora: ganó varios campeonatos provinciales y formó parte del equipo de primera del Córdoba Lawn Tenis. “Jugaba en el Huracán y entrenaba muy temprano en el viejo frontón de la sociedad italiana”, rememora.
Nacida en Tucumán, cuando tenía 3 años su familia vino a Jesús María por traslado de su papá, subjefe de correos. “Vivíamos frente a la Parroquia. Nos encantaba cuando regaban las calles ir atrás del camión, ¡para que nos salpicara!, ríe encantada con el recuerdo y anuda otros: Don Pepe Bonomo repartía la leche. Como mi mamá trabajaba, se bajaba de la jardinera, entraba en casa -que nunca se cerraba- y ponía la leche en el recipiente que dejaba preparado mi madre”. Viviendo frente a la Parroquia, jugaban en la “plaza del cura” (así la llamaban los niños): “Había un ombú precioso… subíamos, bajábamos… fue una infancia feliz”, redondea. Y recuerda a su madre: “Nos dio todo lo que pudo; sobre todo estudio. Fue la gran herencia que nos dejó”.
La docente
Hizo toda su carrera en la Escuela Provincial; 20 años como maestra y 12 en la dirección (vice y luego directora): “Ahí me nombraron y ahí me jubilé. Me ofrecieron inspecciones pero no quise; mi objetivo era retirarme ahí”, se emociona.
Anécdotas de la Escuela Provincial: a la mañana se llamaba Escuela graduada de varones Gral. Francisco Ortiz de Ocampo, y a la tarde… Escuela graduada de niñas Gral. Francisco Ortiz de Ocampo. “Esto provocaba inconvenientes y confusiones, así que se decidió respetar el nombre de la mañana, porque era la escuela más vieja, y cambiar el de las niñas. Se formaron comisiones para elegir el nombre y resultó elegido el del Dr. Francisco Narciso de Laprida; nombre que hoy conserva el turno tarde”. Todo esto fue antes de que la escuela fuera mixta. “Cuando se hizo mixta algunos padres no lo aceptaban. Incluso algunos sacaron a los chicos”.
Hablar de su jubilación le quiebra la voz: “Son las cosas que anidan en el corazón. Fue toda una vida. Una etapa hermosa porque había una comunión muy grande entre el plantel docente, los padres y la dirección. Había diálogo, respeto y una entrega muy grande. Y la cooperadora y el club de madres siempre fueron una maravilla”.
Visitas domiciliarias
Revive la gran vocación de aquellas maestras: “Recuerdo el caso de un chiquito que se dormía en el aula. La maestra, con mucho criterio, averiguó que ese niño cuidaba a su mamá de noche. Entonces hizo que todos los días sus compañeros hicieran un rato de silencio para que pudiera descansar”.
Eran épocas de copa de leche. Y faltaban sillas: “Sacábamos las sillas de dirección porque en las aulas no alcanzaban. Un día llegó un camión y empezaron a descargar sillas. Son una donación, pero no podemos decirle de quién, me dijeron. A lo largo de los años me enteré quién había sido. Resulta que un día había venido un padre que había sido alumno mío y me excusé de que no había sillas en dirección. No dijo nada, compró las sillas y las donó a la escuela. Eran tiempos de mucha generosidad… en los viajes de estudios a los niños se les conseguía lo que necesitaran para que fueran todos iguales”.
Co-fundadora de la Asociación Gerontológica, participó de la fundación de la Asociación Regional de Maestros y colaboró en la Biblioteca Sarmiento. Define a su marido como el gran compañero: “De mi carrera; de todo”. Cuando le pregunto si disfrutó más del aula o de la dirección su respuesta es contundente: “En el aula fui muy feliz. Tanto que no me iba a presentar a los concursos…”.
Después de cierta edad uno elige si a los recuerdos los toma con pena o con una sonrisa. Norma elige el lado positivo: “No vivo con la nostalgia de lo que no fue, sino que miro lo que gané en la vida. Es una nostalgia dulce que te permite recordar. Y los recuerdos te alimentan”, concluye.
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