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Miguel Ángel “La Papa” Domínguez: la vida detrás de una lente

Por: Adriana Felici (Periodista - Directora sección En Familia)

Miguel Ángel Domínguez (75, casado, 2 hijas), conocido como “La Papa”, juega a las cartas con un compañero del geriátrico en el que está –transitoriamente dice- por una fuerte artrosis. Nos habla de su vida como fotógrafo; quizá uno de los más representativos de la zona. “No estudié fotografía. Aprendí de la forma más práctica: con alguien que sabe y te critica. De jovencito trabajaba en Hidráulica en Córdoba; era encargado del cobro del canon de riego. Yo tenía una maquinita, y como Hidráulica inauguraba obras y no tenían fotógrafo, empecé a sacar fotos. Y como sufro de claustrofobia y no podía hacer laboratorio (revelado y copias) llevaba mis rollos al estudio de un fotógrafo de Córdoba, Vidal. Mientras me las hacían él analizaba mis fotos y yo aprendía”.
Dice que Vidal (cuyo nombre no recuerda) era una autoridad en fotografía y que lo quiso incorporar a su estudio. “Era un buen trabajo. En esos tiempos te llamaban y no te decían cuántas fotos querían… la gente no se fijaba… Pero a mí me tiraba Jesús María, así que renuncié a Hidráulica, y un 25 de Mayo me puse a sacar fotos en el desfile. Saqué a los abanderados, al público, a hijos de amigos… Y me compraban. En estos 40 años de profesión solo una persona me devolvió una foto porque no la había pedido”, ríe divertido, y agrega que ese fue el puntapié para seguir con bautismos y casamientos, hasta llegar a ser testigo de los acontecimientos más relevantes de la zona. “Estuve 22 años en el Festival, desde la primera la fiesta del salame, en la de la vendimia, las comidas típicas, en Puerto Caroya desde que inauguraron”.
Le fue bien desde el vamos: “Podría haber tenido ayudantes, pero la gente me decía: si te contrato a vos, vas vos. Me hubiera sido muy fácil; eran tiempos en que se ganaba mucha plata… En épocas de Menem una foto costaba $ 1,15 y la vendías a $5”.

El poni
Una de sus anécdotas –y audacias- más divertidas es la del poni que con un amigo (creáse o no) metían adentro de su Fiat 128 para llevarlo a fiestas patronales y fotografiar niños con una Polaroid. Cañada de Río Pinto, Tulumba, General Paz… ningún pueblo vecino se privó del poni. ¿Cómo lo subían al 128? “Sacábamos el asiento de atrás y el respaldo. Yo embocaba al poni de un lado, mi amigo lo llamaba del otro, y se subía. En el baúl llevábamos sombreros, arneses, riendas, comida y un tacho para darle agua… Una vez me preguntaron: ¿pero no se orinaba? ¡No, porque le hacíamos hacer pis antes de subir al auto! Y como el poni era más largo que el ancho del auto, le doblábamos la cabeza y el pescuezo quedaba encima del asiento delantero”. ¿Nunca los paró la policía? “No, pero un día en Tulumba oigo que dos tipos dicen: Ché, recién pasaron dos locos con un caballo adentro del auto”, ríe.
Otra anécdota es la del amigo que se casó dos veces. “Tenía un casamiento en la Colonia. Me demoré en salir por esperar a un ayudante y para cortar camino tomé por el cementerio, pero se me reventó la goma delantera y no pude seguir. Menos mal que unos chicos me ayudaron, pero llegué cuando los novios salían de la Iglesia. Así que le pedí al padre Pez que me hiciera el favor de que volvieran a entrar y simulara la ceremonia. ¡Saqué todas las fotos! Y yo le decía al novio: no te separes nunca porque te hice casar dos veces. ¡Y no se separó!”.

La foto que no fue
No sabe cuál de todas las que sacó (6000 rollos de 36 fotos) es “la foto”, pero evoca la que no pudo sacar: “Yo tenía adoración por el Papa Juan Pablo II. Cuando vino a Córdoba no conseguí credencial, pero me armé una y me fui. Mientras daba Misa en la Catedral me fui a la policía en el Cabildo, y me quedé viéndolo en el monitor. Cuando salió, me digo: ¡ésta es la mía! Me le crucé, pero quedé petrificado. Fue algo que no sentí nunca… ni levanté la máquina… Y lo veía como con un haz luminoso; y no era el sol porque lo tenía detrás mío. Saqué una foto recién cuando se subió al papa móvil, contra el plexiglás. Un desastre”.
Y hablando de Papas… ¿por qué su apodo? “Me llaman “La Papa”, pero es “El Papa”. Mi abuelo era muy amigo del cura párroco y salían a recorrer bares. Cuando la gente los veía solían decir: Ahí viene el cura con el Papa. Así le quedó a mi abuelo, Y  lo heredó mi padre y después yo”, remata.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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