Por su integridad, su compromiso, sus sacrificios, y por haberse ido de la vida pública pobre como entró, San Martín encarna el modelo de argentino al que parecerse.
No debe haber en toda nuestra historia alguien más probo que José de San Martín. Nadie demostró después de él un amor tan grande a la patria, una devoción mayor con la causa de la libertad, un compromiso mayor con sus hombres.
Paciente al extremo, San Martín debutó militarmente en San Lorenzo, pero tuvo que esperar más de ocho años hasta ver coronados todos sus esfuerzos libertarios. Aprovechó cada una de sus piezas con precisión matemática. En nombre de un ideal mayor, hasta tuvo que desobedecer a los burócratas de Buenos Aires que temían no poder defender la metrópoli de un eventual ataque extranjero.
San Martín contó con la comlicidad de los milicanos de Güemes, claro está, que impedían que el ejercito español baje por el norte. Contó con la valía de Manuel Belgrano cuando le pasó la posta del Ejército que coronaría una de las hazañas militares más grandes: el cruce de los Andes para batallar en Chile.
Y no mucho más. Para el resto, tuvo que contar con la complicidad de su generales y de otros libertadores de América.
Y al retornar no lo esperaba la gloria sino el autoexilio, la triste despedida del suelo patrio, la vida en una lejana Francia financiada por un filántropo extranjero.
Sus contemporáneos lo admiraban y todos quisieron reunirse con él durante su estancia Europea. Su vida fue un acto de entrega supremo y generoso.
Y por si fuera poco, dejó las máximas para Mercedes, su hija, que siguen teniendo valor y actualidad.
“Amor a la verdad y odio a la mentira”, “Hable poco y lo preciso”, “Caridad con los pobres”, “Inspirar gran confianza y amistad, pero uniendo respeto”, “Acostumbrar a guardar un secreto”, “Amor al aseo y desprecio al lujo”, “Amor por la patria y la libertad”.
San Martín es horizonte al que caminar, qué duda cabe, es parámetro de virtudes, y humano al extremo.

Claudio Minoldo
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