María “Anita” Dolci (86) y José “Pepe” Goi (88) se casaron en el ’55. Oriunda de Tránsito, cerca de Arroyito, Anita vino a Jesús María a trabajar como cocinera del Hospital Vicente Agüero. Mientras, Pepe comenzaba a dedicarse a la construcción.
Se enamoraron. Pero concretar no fue fácil: “Fue a pedir mi mano. Mi padre le dijo: Sepa mozo que a las vacas buenas no hace falta llevarlas a la feria. Usted va venir a esta casa una vez cada tres meses, dos horas. Acá no hay bailes, no hay salidas; no hay nada”. En 5 años se vieron 4 veces por año… con uno en medio sin visitas. “Y acá estamos todavía. Ahora están todo el día juntos y al año se separan”, reflexiona Anita.
Pepe
Nacido en Puesto Viejo, trabajó en la chacra, y a los 15 años empezó en la construcción. “Mi madre me quería mandar de cura, pero yo no quería estar arrodillado. En esa época los curas vivían arrodillados -ríe. Al final terminé trabajando arrodillado (haciendo pisos) y ahora, ¡los curas no se arrodillan más!”. Por sus manos pasaron Argenseda, la escuela de Tinoco, la fábrica Lita, y -lo más representativo- las iglesias de Puesto Viejo y de Vicente Agüero.
“Cuando tenía 6 años había sólo dos familias de criollos. Los demás, todos gringos”. ¿Travesuras? “¡De todas las calidades!”, exclama. Desde birlar huevos para cambiarlos por galletas, hasta tomarse la grapa de una damajuana que, como estaba prohibido elaborarla, un vecino escondía entre los hinojos.
“De Puesto Viejo me venía caminando hasta el 15… Éramos todos conocidos, pero había gente mala. Para acá venía con un sulky un tal Medina. Nunca me trajo. Los que tenían vehículo no cargaban a nadie. Después de casado, les saltaba al sulky de prepo”. En la primaria compró un solo libro; no tenía con qué. “Vivía copiando. Amenazaba a los más chicos para que se dejaran copiar. En sexto grado la maestra me sentó con el mejor, y lo amenacé: Te dejás copiar porque sino… Pero hacía las cuentas sin equivocarme. Sumaba de a diez…”, dice, puntualizando que la matemática fue básica en su trabajo: “En las obras sacaba las cuentas de los metros de una casa y difícil que me equivocara”.
En el 48 le tocaba el servicio militar. “Me había guardado 360 pesos para comer dos sándwiches por día durante el año de servicio porque en el ejército los que no se acomodaban pasaban hambre. Con dos sándwiches por día la iba a pasar bien, pero me salvé porque no daba de pecho. Pesaba 58 kilos”.
Pepe dice de Anita: “Es la mejor mujer que pude haber tenido”. Ella concuerda pero aclara que él fue muy salidor: jugador de bochas, tirador de escopeta y “amiguero”. Al día de hoy se junta con su barra: “Mañana y tarde, desde hace 70 años, voy a tomar un Gancia con los amigos. Antes tomaba Cinzano, pero salió la tapa a rosca y tenía gusto a mufa”. Martes y jueves juega bochas, y sus días se completan con su huerta, organizando carneadas a pedido de los nietos, y haciendo embutidos y vino con la máquina que usaba su padre.
Es socio del Club de Caza y Pesca casi desde que se fundó. “En el año 60 salí campeón provincial. De los que empezamos a tirar quedo yo solo”. Dejó de tirar por un desgarro en un brazo. “Me cuesta caminar pero hará 30 años que no me duele la cabeza. Pero me agito; he fumado mucho”, confiesa. Y resalta: “La he pasado muy bien. Sin plata pero bien. Dormí poco en mi vida; 5 horas promedio. Jugaba a las bochas y caía a las 3 de la mañana. Ahora vuelvo a las 12”, ríe.
Anita y Pepe
Tienen 3 hijos, 10 nietos y 5 bisnietos. “Somos muy unidos; cuando nos juntamos somos 35 ó 40”, dice contenta Anita, que aún hace pan y amasa pastas. Huérfana de madre desde pequeña, confiesa: “Éramos pobres como ratas. Trabajé desde que tengo uso de razón…. En el monte; como sirvienta… Cuando no se tiene madre es así. Pero después de casada ya no. He tenido un marido muy bueno”, se emociona.
A punto de irme, los Goi me llevan a ver sus nogales, que plantaron hace 40 años al irse a vivir sobre la calle D´Olivo. Sienten orgullo especial por uno que se eleva majestuoso. “No creo que en la Colonia haya otro igual”, sentencian.
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