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Alberto Parma: cuarta generación entre carnes y embutidos

Por: Adriana Felici (Periodista - directora sección En Familia)

Alberto Parma (62),  frente al mostrador del que fuera -y es- conocido como “el negocio de la Celina”, nos habla de una tradición familiar que comenzó con su bisabuelo Atanasio y ya va por la cuarta generación. Atanasio fue el primer Nóbile asentado en Sinsacate. Él y su esposa Luisa Vicentini construyeron una pieza donde hoy está la carnicería. El lugar se fue ampliando hasta llegar a la casa que albergaría a las generaciones venideras, de las cuales una fue la madre de Alberto: María Celina Nóbile, quien bregó sin pausas en el negocio hasta los 80 y tantos años.  

El concejal
Comerciante avezado en los secretos de carnes y embutidos, Alberto y colaboró en la creación del municipio y fue el primer concejal electo, cargo en el que estuvo 20 años. “Mi experiencia fue muy buena. La gente nos apoyaba. Yo quería que el pueblo creciera. Se hicieron muchas obras. Al tener negocio era al que la gente le venía con más sugerencias. Y yo trataba de darles soluciones”, cuenta. Hoy su hija Silvana continúa como concejal: “Yo ya no quería más. Ella siguió a pedido de la gente”, detalla, y desliza que él donaba su dieta a instituciones locales.

El carnicero
Salames, bondiolas, jamoncitos, chorizos, morcillas, patitas de cerdo y excelentes cortes de carne son sello distintivo de Casa Parma, que suma productos de almacén, remedando el “ramos generales” de sus ancestros. Atienden de lunes a sábado, y a la siesta Alberto “aprovecha” para ver la hacienda. Generalmente lo acompaña su esposa, Estela Loza. Trabajar “de sol a sol” no lo asusta: lo hace desde siempre. “Mi madre siempre me decía que por poco no nací en la carnicería -ríe-. Ella se encargaba de cortar la carne… No había electricidad, así que era con serrucho. Mi padre salía de reparto con la jardinera a los campos y de muy chiquito me llevaba con él. Desgraciadamente -prosigue- cuando tenía 14 años tuve que abandonar los estudios porque falleció. Mi madre quedó sola, conmigo y con mi hermano Luis, más chico. La peleamos y salimos adelante”.
El negocio nunca tuvo horarios muy estrictos… “Golpeaban a cualquier hora -dice, y sonriente agrega- Ahora me llaman por teléfono” (vive a dos cuadras). Único día sagrado: el domingo.  “Lo dedico a la familia. Mi nieta Candelaria dice que si no hay humo en el asador no es domingo”.

Una posta
Hace un siglo Casa Parma funcionaba como posta: “Aquí paraban los carros que venían del campo. Descansaban los caballos, y algunos se quedaban a pasar la noche. Siempre tuvimos carnicería, ramos generales y barcito. Era lindo… los parroquianos se juntaban y jugaban un partidito de truco o chinchón, tomaban su copita de vino”.
  Pero claro, Sinsacate progresó. Y hubo cambios: “Cuando yo era chico eran apenas unas casas… Nos conocíamos todos. El cartero preguntaba donde vive fulano de tal y yo le decía… Pero ahora no sé; hay tantos barrios nuevos… Por suerte crece, pero mantiene su esencia”.
Alberto esboza recuerdos de su niñez: “Ningún padre entraba al colegio sino golpeaba las manos afuera. Los padres eran muy rectos. Una sola vez no quise ir al colegio… Mi padre me llevó con una varilla de mimbre hasta la puerta. Nunca más dije que no quería ir. Te miraban y ya estaba…”.
Claro que además de ayudar a los padres, jugaban: bolitas, autitos, figuritas, escondidas... Y a la pelota: “Era raro que alguien tuviera una pelota de goma, así que agarrábamos las medias y hacíamos pelotas de trapo”.  
De chico, no tantas travesuras, pero hay un Alberto adulto que no todos conocen: “Hacía chistes sanos… Una vez corté la punta de un rabito, se lo puse a una clienta en el bolsillo del tapado, lo guardó en el ropero y al tiempo sentía olor… ¡Era el rabito! A otros les ponía un pedacito de carne... y a un amigo le puse una morcilla envuelta.  La señora puso la campera en el lavarropas y el agua se puso toda negra”, sonríe.

El salamero 
En Casa Parma sigue vigente la “libretita”. “Antes podíamos fiar 5 ó 6 meses. O de cosecha a cosecha. Era gente de confianza: nos pagaban y quedaban sin plata hasta la otra cosecha. Ahora lamentablemente no se puede hacer eso”.
Su abuelo paterno, Luis, estaba considerado como uno de los mejores “salameros” de la Colonia. “Todos lo buscaban para las carneadas. De él aprendí a hacer los embutidos. Y los sigo haciendo de la misma manera. Cuando la gente de otras partes llega buscando salame “de la Colonia”, me río. Acá -les digo- no hay salame de la Colonia; hay salame de Sinsacate”, concluye satisfecho.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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