La paternidad te sume en el más indescriptible de los sentimientos. El día en que sos padre te das cuenta de que se te acaban los diccionarios, de que no hay ninguno que contenga las palabras exactas para describir eso que se siente.
Lo sintió este editor el día en que fue padre por primera vez y lo repitió dos veces más, siempre con la misma y maravillosa e indescriptible emoción.
Y ahí sos capaz de darte cuenta sobre lo que sintió tu padre al verte por primera vez y sabés que él también sintió lo indescriptible y sabés que nació ese mismo día el más grande de todos los amores. Porque no hay amor igual, porque es un amor que defiende, que protege, que enseña, que cura, que sana, que te hace sonreir, que te prepara para el primer vuelo, que se hace sabio con los años, que se hace indispensable cada día que pasa.
Y este editor descubrió en la misma madrugada en que cumplía 18 años que no solamente tenía un padre amoroso sino que tenía un padre con quien sentirse par, con quien hacerse cómplice en el dolor, en la bronca, en la desesperación, en la lágrima, y también en la risa y el encuentro.
Esa madrugada le esperaba a este editor una carta, inesperada, manuscrita, prolija. Y nervioso y curioso procedió este editor a leer el contenido para terminar con el autoestima bien alta y el convencimiento de que nacía una amistad monumental, destinada a perdurar.
Desde ese entonces, han sido varias (por pudor uno no confiesa cuántas) botellas de whisky con hielo y coca zero (cada uno elige cómo será su sacrilegio) e interminables charlas hasta bien entrada la madrugada, desentrañando la vida y sus misterios.
Lo respeto porque es mi padre, pero lo adoro porque es mi amigo, ante quien me confieso, ante quien recurro cuando la vida me golpea duro. Nunca me falla, siempre está ahí para mí. Y no puedo decir más nada: ya no alcanzan los diccionarios.
Yo También. Y el mejor padrino.
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