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Feliciano “Tatita” Correa: El gaucho de Sinsacate

Por: Adriana Felici (Periodista - Directora sección En Familia)

Golpeamos manos. Feliciano Antonio “Tatita” Correa (80) viene atándose una cola de caballo en su largo pelo negro a juego con su extensa y renegrida barba. El “gaucho de Sinsacate” explica su apodo: “Nace porque mi mamá recitaba. A ella le gustaban los recitados fuertes; de cuchillo, de pelea… Les enseñaba a mis hermanos, pero no les gustaba. Y yo un día me pongo a pensar: cómo puede ser que mis hermanos no han aprendido. ¡Tengo que aprender! Así que agarré un libro, me puse a memorizar y empecé a recitar”, cuenta complacido.
Claro que lo de gaucho no viene sólo por el recitado: hombre de a caballo desde pequeño, el Tatita Correa también fue -y sigue siendo- gran danzarín: “De bailar, lo que me pidan… Ranchera, paso doble, vals, tango, corrido… Hasta ahora, si me dicen que baile cumbia, bailo. Me buscaban de las escuelas para que fuera a hacerles un número”.
¿Y en el Festival de Doma bailó? (primera pregunta obligada): “Me vinieron a buscar para la apertura, pero nunca quise intervenir porque no hacen las cosas bien… Esa vestimenta que usan no es de gaucho. Yo para destruir la cultura no me meto. Los jinetes van con una bombacha que es un pantalón… ¿Sabe cómo le decía mi mamá? Eso es un guaso pantalón con puño; no una bombacha”. ¿Y cómo tiene que ser la bombacha? (segunda pregunta obligada): “Bien ancha; no como un pantalón -afirma enfático. El equipo mío -explica- tiene nido de abeja (tipo de bordado a mano). Si me habré recorrido el pueblo buscando alguien que haga un bordado a mano. Pero no. Se murieron las viejitas y no queda más nadie. Las chicas jóvenes no sirven; hacen los bordados con máquina”.

Niñez
Menor de 8 hijos (4 mujeres y 4 varones), nació en la estancia La Porteña. Al año se fueron para un Sinsacate de muy pocas familias; varias de inmigrantes italianos. “Mi papá hacía trabajos de campo: araba, sembraba, trabajaba con la hacienda, relata, y agrega: Antes había mucha hacienda, pero ahora no quedó una vaca”.
Empezó la escuela, “pero como acá los maestros eran medio locos me mandaron a Belén”. Allí hizo la primaria. Luego empezó la secundaria en el industrial de Jesús María. “Pero abandoné. Tenía que cruzar a la mañana temprano por adentro del campo, salir al cementerio viejo, y cuando me tocaba la cabellera parecía gomina… ¡se me había congelado el pelo! -exclama- Era mucho caminar y uno volvía y lo mandaban a trabajar… Y como no había luz eléctrica había que estudiar con un mechero. Y le digo a mi mamá: así no se puede”. En 1950 estuvo interno en la escuela religiosa Luis María Robles (Córdoba). “Hubiera querido seguir la carrera de cura. Mi mamá firmaba pero mi papá no quiso. Y cuando terminé la primaria salí becado y quería seguir la carrera militar…  pero tampoco pude porque mi papá firmaba y mi mamá no. Todo estaba en contra, describe. No sé yo porque sería. Lo de militar, como casi en ese año fue la revolución de Perón, mi mamá me dice los militares no sirven, son revolucionarios y no te vaya a tocar que pase algo…”

Recuerdos
“Mis hermanos mayores me solían llevar a las carreras de caballos; a las cuadreras. ¡Qué lindo era! Iban las señoras viejitas y vendían empanadas, colaciones… y después ya se armaba el baile. Había guitarrero y usted iba y le pedía por qué no me toca una pieza… o por qué no me le canta al caballo… y le cantaban de acuerdo al color del caballo… Pero las cuadreras no se hacen más”, lamenta. No es su única añoranza: ya no va a fiestas gauchas “porque no son verdaderas”, y se aflige por los desmontes: “Antes había muchas plantas. Pero han destruido mucho. En vez de dejar franjas de monte sacaron todo. Y había muchos bichos -gato montés, zorrinos, quirquinchos- pero con las fumigaciones se mueren”.      
Evoca los negocios de ramos generales de los Nóbile, de Parma, de los Bautista. “Uno iba a comprar, y mientras, tomaba algo, detalla, y viene la tercera pregunta obligada: ¿Se casó? “¡Soltero!” -ríe ampliamente, y dice sin vueltas: “Novia tenía pero no se dio nunca porque no era adecuada para mí… Cuando la mujer falla no sirve”.
Hoy vive con su sobrina (vivió con sus padres hasta que fallecieron) y le queda una hermana viva, dos años mayor. Hacia el final, llega la cuarta pregunta obligada a quien hace unos años recibiera el Premio Chinsacat de la Municipalidad por su aporte a la cultura: el negro de su barba y cabello… ¿es suyo? “Y… hay algún “toquecito” de tintura”, acepta con una ancha y contagiosa sonrisa.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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