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Derecho a disensos sin exclusiones

La intolerancia llegó para quedarse. Está de moda decir que se es abierto, cuando en realidad es una pose que entraña el peor de los revanchismos.

A tal nivel de intolerancia hemos llegado que no es raro escuchar discusiones callejeras en las que cualquiera le achaca a otro “Vos ya gobernaste, ahora dejanos gobernar a nosotros. Yo me tuve que aguantar tu gobierno muchos años, ahora aguantate el mío”.
Lo curioso es que él no gobernó sino que gobernó quién él eligió en su momento ni tampoco gobierna ahora él (otro) sino quién él eligió en la última elección. Para mayor información busque definición de La Grieta.
Lo que está más o menos claro es que no se puede opinar sin que a uno le caiga una andanada de opiniones contrarias, pero que no entrañan el deseo íntimo de debate de ideas sino la imposición de mis ideas por sobre la de los otros.
Hace poco este editor entabló una discusión semipública (en un chat de redes sociales) que tenía más un fin aleccionador antes que una sana discusión de ideas. Y a las opiniones de un colega, le contrapuso sus opiniones cargadas de connotaciones personales sobre la profesión, sobre el rol de los medios en estos tiempos, sobre el papel que jugaron algunos periodistas que se enriquecieron jugando el papel del “militante”. Y, aunque está bien que uno tenga convicciones, valores, y que defienda un modo de ser comunicador, eso no habilita a incomodarse con una opinión en contrario. La tolerancia es, además, permitir que el otro sea con su conjunto de convicciones, con sus ideales, con su modo de entender cómo debe ser un comunicador.
Es que venimos de vivir una época reciente en que no se podía opinar sin ser etiquetado y eso generó un ánimo de revancha que está latente y que encierra enojo. Eso no justifica la intolerancia, en absoluto, ni tampoco la explica demasiado. Habrá que ensayar con mucha paciencia el respeto a la opinión contraria porque hace falta mucha reconciliación entre todos.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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