Por: Leonardo Rossi (De Nuestra Redacción)
Ha pasado un año del día que marcó las vidas de muchas familias de Jesús María. El 3 de marzo fue un quiebre. Noches eternas, insomnio, ansiedad, angustia, dolor. Un coctel de sentimientos que arrastraron por meses, y aún perdura en el sentir de vecinas y vecinos jesusmarienses. Verónica Braida (42), Katy Bainotti (47) y Francisco González (56) tienen una historia común: perdieron sus viviendas doce meses atrás, arrastradas por el río. En estas conversaciones con Primer Día comparten su forma de encarar el día a día después de aquellas horas dramáticas. “Cada vez que llueve, la cabeza se traslada a donde estaba mi casa”, larga Francisco.
Días de angustia
Francisco llevaba poco más de dos años en la casa ubicada en el barrio Agua Mansa. El río se ubicaba a más de cincuenta metros del frente. No obstante, ante crecidas ocurridas a fines de 2013 advirtió la posibilidad de algún riesgo, por lo que presentó una nota al Municipio dando aviso de esta situación. Por ese entonces, la idea de salir de la casa no era una posibilidad cierta.
Todo cambió el verano pasado. Las crecidas del 15 de febrero presentaron un cuadro crítico para esa zona de la ciudad. El agua ya había quedado “a unos dos metros” de la vivienda. “Hice otra nota e hicieron un relleno”, recuerda sobre esos días de “no dormir”. Nada sirvió. La furia del agua que irrumpió el 3 de marzo no dejó lugar a la espera. Francisco, su mujer y uno de sus hijos debieron dejar la casa como pudieron en medio de la desesperación y el riesgo de alguna fatalidad. “Perdí todo”, dice, mientras enumera la infinita lista de muebles, y el nivel de detalle que brinda es innecesario ante la imagen que se observa a sus espaldas: una casa totalmente destruida.
En el caso de Verónica Braida el sueño de la casa propia estaba iniciando. Luego de años de esfuerzo junto a su esposo habían logrado construir su vivienda a través del programa Procrear. La crecida devoró la zona de ‘La Cotita’. La casa y un galpón con muebles fueron literalmente tragados por el río. “Se fue todo”, suelta casi silenciosa. En barrio Las Vertientes se vio una de las postales que marcó esos días. La casa que Katy Bainotti ocupaba desde hacía una década junto a su esposo y sus tres hijos, se despedazó, topada por el empuje del río Guanusacate. Katy y Néstor, su marido, estaban de viaje en Brasil. Dos de sus hijos en la casa, junto a su abuela. Las horas de mensajes confusos, entrecortados, llamadas que no podían concretarse se hicieron una densa masa de “angustia”. El 4 de marzo la pareja pudo estar de regreso en la ciudad. “Ya habíamos visto en un video por el celular que la casa se había caído, pero temíamos por nuestros hijos, por suerte sólo fueron cosas materiales”, relata con aplomo. Cuando hilvana lo ocurrido esos días, Katy una y otra vez repite una palabra: “solidaridad”. La ayuda de amigos, vecinos y desconocidos que recibieron por esas horas, también les marcó la vida que vendría a partir de entonces.
Buscar soluciones

En ambos casos, se les ofreció un kit de materiales para construir viviendas, de un costo marcadamente menor de las que tenían, y sin garantía de terreno, afirman. Es por eso que ambas familias lo rechazaron. Distinta es la situación de Katy que sí analiza la opción de aceptar este kit, al menos para costear en parte las pérdidas. “No queremos entrar en un juicio”, comparte sobre la forma que cada grupo familiar encuentra para afrontar este complejo cuadro. Su familia también recibe una mensualidad para cubrir parte del alquiler mensual que debieron encarar a la fuerza. “Tuvimos que ajustarnos, volver a planificar nuestro día a día”, dice.
Dolor en el alma
Verónica continúa con asistencia psicológica particular. La necesidad de estar contenidos y poder asimilar una vida proyectada en esa casa persiste, a más de un año. “Sentimos cierta soledad, que los funcionarios siguen ciegos, que no tienen idea lo que es construir la casa propia”, dice con bronca.
Cada familia busca su forma de seguir. La bronca, el dolor o el optimismo son válidos. Un año atrás estas personas no sólo perdían viviendas de su propiedad, perdían hogares: mucho más que un cúmulo de vigas, paredes y techo. Se iban sueños, vivencias, alegrías y tristezas compartidas en esos espacios. El 3 de marzo de 2015 quedará ahí, clavado en la memoria de cada uno de estos vecinos.
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