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El terrorismo de Estado, en boca de sus víctimas

Los testimonios de Leny Migotti, Mario Rojas, Hilda Bustos y de Enrique Miretti vinieron a iluminar una etapa de nuestra historia reciente y local sobre la que pesaba silencio y oscuridad. 

Que las víctimas de la dictadura narren sus experiencias sirve para reafirmar el Nunca Más al terrorismo de Estado y de ninguna forma. Los testimonios de Leny Migotti, Mario Rojas, Hilda Bustos y de Enrique Miretti vinieron a iluminar una etapa de nuestra historia reciente y local sobre la que pesaba silencio y oscuridad. Sirvieron para reafirmar el Nunca Más al terrorismo de Estado  y de ninguna forma.
No es regodearse en el dolor ni lacerarse el alma recordando lo inenarrable. Es poner en palabras la crueldad, el horror, el salvajismo, para poderlo desterrar como práctica institucional de nuestro país para siempre.
Sumamente saludable fue la propuesta del cuerpo de ediles caroyenses de otorgarles la última sesión a las víctimas del terrorismo de Estado para que puedan poner en palabras lo que se pede poner en palabras sobre esa etapa oscura de nuestra historia.
Leny Migotti tenía 23 años, estaba esperando una hija, y su marido Rodolfo tenía 24 años. Juntos tenían un montón de sueños por cumplir. Pero fue sacado de su domicilio por seis o siete personas cuando apenas había pasado un mes del Golpe de Estado. “Se lo llevaron y nunca más supe de él. Con mi familia y su familia lo buscamos siempre y nunca supimos nada, al igual que muchísimos jóvenes que no han aparecido, que no sabemos dónde están, ni cuál fue su destino”, comenzó diciendo Migotti.
“Una lleva -añadió Migotti- esa cosa que son sentimientos encontrados con los que uno tiene que vivir. Por un lado, vivir con esa angustia y con esa cosa fea que nos toca y, por otro lado, seguir viviendo esta vida que es maravillosa. Las dos cosas están siempre presentes. Cada año pasan esas cosas dentro de uno. Con un poco de angustia, un poco de bronca, y de la alegría de estar viva porque me podrían haber llevado”.
Mario Rojas, por su parte, narró las viscisitudes de haber estado muy cerca de sufrir un secuestro por militar en la Juventud Peronista de Jesús María y trabajar en barrios carecientes de la ciudad. “A mi me denunciaron y dijeron que mi casa era un campamento subversivo. A mi casa llegaron personas conocidas de la Policía local y de Gendarmería que hicieron la requisa de mi casa. Fui detenido junto a mis hermanos. A partir de ese hecho, cuando me dejan libre, comenzamos a sufrir un aislamiento. Pero después de eso no quise participar más en política hasta muchos años después”, narró.
El caso de Hilda Bustos es el caso de una joven estudiante de Comunicación que fue detenida en dos oportunidades, una semana la primera vez; y un mes, la segunda: “Aunque había clima de miedo, en la Colonia no se notaba tanto, pero tuve la desgracia de ir a parar a una lista de estudiantes que fueron expulsados de la UNC por lo que, una noche de mayo de 1976, Gendarmería allanó mi casa con dos unimog y me llevaron. Primero estuve en la escuela de Gendarmería y después a Campo de la Rivera. Las condicines de vida fueron muy feas porque se mezcla la desazón, el miedo, el pánico, con los ojos vendados todo el tiempo, y no sabés qué te va a pasar. Tenemos que recordarlo porque no tenemos que dejar que existan nunca más esos lugares”.
Enrique Miretti, finalmente, fue el que llevó la peor parte porque estuvo dos años preso y fue llevado a cuanto establecimiento carcelario legal y clandestino existió: “Somos las voces vivas de aquellos compa- ñeros que no están, los mensajeros de aquellos que no pueden hacerlo”. Crudo y conmovedor.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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