Votar es, también, un acto de fe. Esperanza en que mucho se puede cambiar y que ese cambio es encarnado por determinada persona. Pero esa fe, muchas veces defrauda.
Para que la política no sea eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes, parece cada vez más necesario lograr que haya cierto acercamiento entre nuestras pretensiones ciudadanas y la capacidad de respuesta del gobernante de turno.
Pero esa brecha entre demanda-satisfacción se amplía cada vez más de modo que se culmina justificando la apatía ciudadana, el tedio ciudadano, y la falta de fe ciudadana en sus representantes.
Votar es uno de los derechos políticos más importantes y, a la vez, uno de los que mayores desilusiones genera. Porque uno vota con la esperanza de que se ponga en marcha determinado proyecto pero, más que eso, que se cambien aquellas cosas que tienen que cambiar. Y eso no viene ocurriendo. No ocurre abajo en el nivel primario del gobierno local y tampoco ocurre en el gobierno provincial y menos en el nacional.
Los de arriba deberán modificar las reglas de juego de la economía que hoy nos tiene presos de una inflación que destroza la capacidad adquisitiva del salario e impide el ahorro. Es una fiesta de consumo sin visión de futuro.
Los del medio deberán dejar de ofrecer obras y beneficios solamente a los que comulgan con el partido y ser más equitativo con los que tienen otros colores, sobre todo con los más chiquitos.
Y los de acá deberán dejar de despilfarrar en empleados mal pagos y de más, y ajustar el organigrama de funcionarios a los que realmente hagan falta y ni uno más.
Mientras esa brecha no se acerque, la política seguirá siendo eso que nos pasa mientras hacemos otros planes. Pero es que hacemos otros planes para no amargarnos, para no sentirnos defraudados, para no sentir que, poco más o poco menos, la mayoría de los políticos pertenecen a la misma y sorda casta.
Algún día alguien tendrá que comenzar a escuchar, alguien dejará de pensar que gobierna como monarca absolutista para hacer lo que le venga en ganas, alguien se pondrá a disposición del pueblo y pensará los cambios para las ciudades de los próximos 50 años. Algún día alguien pensará en grande, sin mezquindades, sin cuidar la quintita, en beneficio de las generaciones que vienen.

Claudio Minoldo
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