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El excombatiente, mi vecino

La guerra no es algo que les pasa a personas que viven del otro lado del mundo, lejos, ni les pasa a seres preparados para enfrentarla. Ojalá que la guerra no genere olvidos.

Les decimos excombatientes porque suponemos que dejaron de combatir, que aquella experiencia del pasado acabó, que Malvinas fue un evento que duró algunos meses y después se podía volver a la vida cotidiana en nuestras tranquilas poblaciones. Nada más alejado de la realidad.
Siguen combatiendo. Malvinas sigue siendo un presente, más presente cada 2 de abril, y es una causa que no se olvida, que no se digiere, que no acaba nunca y eso que ya pasaron 33 años de la gesta inaugural.
El peor enemigo es el olvido, ése generó más muertes que la guerra en sí misma. El peor enemigo es la indiferencia. El peor enemigo es creer que lo que hicieron nuestros muchachos no tenía ningún sentido.
Este editor se congratula en sentirse cercano de muchos (¿ex?) combatientes, que no sean un número, que no sean una cifra, que no sean una estadística. Que tengan nombre, que tengan hijos, que tengan apodos, que compartan de tanto en tanto una comida y que reactualicen Malvinas para que dentro de uno siempre sea una causa que nos reuna.
Si hay tantas cosas que generan divisiones, Malvinas no se encuentra entre ellas. Todos acordamos en que fue un despojo, un arrebato, un acto de piratería del pirata más legendario del planeta. Todos acordamos en que Malvinas interesa a Gran Bretaña como una enorme base militar en primer término, y por sus enormes riquezas marítimas en segundo lugar.
Todos coincidimos en que son nuestras y en que las queremos de vuelta. Todos coincidimos en que hay que recuperarlas por la vía diplomática. También coincidimos en que nunca más tenemos que embarcarnos en una guerra absurda para su recupero.
Entre las coincidencias, está también la de oponerse al haber llevado a muchachos sin ninguna instrucción, preparación, o vocación para la guerra. Y en oponernos a que los hayan dejado fatigarse, sentir hambre, y padecer el intenso frío de las islas. Y coincidimos, por fin, en que pese a todas esas dificultades, las defendieron como propias, se enfrentaron a Goliath, y lloraron el día en que tuvieron que despedirse de ellas, mientras veían izarse la bandera del usurpador.
Este editor es consciente de que incurre en una exageración al afirmar que “todos” coincidimos con estos señalamientos. Más bien es una expresión de deseos fundada en las interminables charlas con nuestros vecinos excombatientes. Con Lalo, con Eduardo, con Pedro, con Andrés, con Ángel, con Víctor, con  Héctor, con esos que se jugaron la vida hace 33 años y que siguen viviendo cerquita nuestro.
Nos los cruzamos en el súper, en la calle, en las celebraciones cotidianas. Son la historia viva, son motivo de orgullo, y son la razón por la que, de algún modo, la guerra tiene significado, tiene algún sentido.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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