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El 50º Festival de Doma, encaminado hacia el éxito

El aniversario de oro se había apuntado casi 100 mil espectadores en 8 noches y en las 4 que restaban por venir se esperaba una importante respuesta del público.

De alguna manera, casi todos los vecinos de nuestra región forman parte de la gran familia del Festival de Doma y Folklore. La mayoría tuvo un hijo, nieto, sobrino, primo, o tío que trabajó dentro de la organización de las noches de color y del coraje, o que fue beneficiario de sus utilidades porque su escuela forma parte de las 20 que reciben sus beneficios. O fue colaborador, o es un vecino de alguna escuela y formó parte de su cooperadora.
El Festival de Doma y Folklore nos atraviesa como comunidad, es una de sus instituciones con mayor peso simbólico porque, se supone, su objetivo es contribuir a una mejor educación a través de la generación de fondos en cada edición festivalera  que luego las escuelas destinan a esas mejoras.
Y tiene un enorme peso simbólico porque los que trabajan allí lo hacen (salvo algunos viático) sin percibir remuneración por ello.
Quienes formamos parte de la comunidad, y de esa gran familia festivalera, somos entonces los que podemos encontrarle mejor los defectos que, en el mejor de los casos, no pasan por la programación de campo o de escenario sino por las trabas que la burocracia festivalera genera.
Los ingresos a diversos sectores del anfiteatro, la forma y tiempo para acreditarse, y el excesivo celo de quienes fiscalizan atentan contra el trabajo de quienes ayudan a difundir el Festival. Habrá que quitarle, alguna vez, ese estado de militarización en el que parece haber caído la organización que no hace más que molestar a quienes ayudan a multiplicar lo que pasa con la fiesta.
Hay omisiones cíclicas que el festival deberá resolver para evitar que la burocracia y la falta de sentido común generen un daño de proporciones.

Felices 50, Festival
Arrancó torcida la edición, primero, por una falla interna de la electricidad, y durante el primer fin de semana por la lluvia que obligó a suspender una jornada cuando iba por la mitad, la de Jorge Rojas.
Y cuando la angustia parecía haber ganado a la fiesta, el clima de enderezó y el público comenzó a responder a lo programado por los 50 años.
Los grandes, los consagrados, no defraudaron. Jairo en la apertura con su homenaje a Daniel Salzano, la tertulia santiagueña que propusieron Los Carabajal, Los Tekis con su carnaval de lunes, el reencuentro amoroso de Horacio Guarany con su público el martes y el cierre de Chaqueño Palavecino, la apertura del miércoles de Jorge Rojas (inobjetable por donde se lo mire), más la coherencia y sencillez que aportó Raly Barrionuevo, y el furor que desató el bahiense Abel Pintos el jueves, se inscribieron entre lo mejor que vio este festival hasta el cierre de este semanario.
Salvo tsunami, superar los 100 mil espectadores era una misión que el festival debía romper sin esfuerzo entre viernes y sábado que esperaban por Soledad y Los Manseros Santiagueños, los “rolling stones” del folklore.
Los 50 sirvieron también para ratificar que la convocatoria está sostenida por el espectáculo que representa la jineteada y las actividades de a caballo. Y para hacer debutar a las “amazonas”, a seis mujeres montadoras que participaron del mini campeonato La criolla argentina, faena con la que se ganaron los aplausos, más allá del susto de la jornada inaugural cuando una jinete fue retirada inconsciente del campo.
Otro momento emotivo fue el homenaje que se les brindó a los históricos apadrinadores del festival, al “cabezón” Cisterna y al “bichi” Quinteros, quienes estuvieron en 25 de las 50 ediciones que tiene Jesús María. Y volvieron a apadrinar, pese a que hace más de 15 años que están retirados. Las estampas de la edición 50 quedarán grabadas en la memoria de muchos.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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