La alternancia en el poder es buena, pero el pueblo que vota es soberano y viene eligiendo no cambiar de rumbo en la nación, la provincia, y en los municipios.
La gente que trabaja y que se acuerda de que existe una vida política en su comunidad solamente cuando hay elecciones, viene siendo sometida al desencanto en forma sistemática, en solución de continuidad, sin visos de cambio a la vista.
La alternancia en el poder es algo deseable, algo que tendría que fluir naturalmente en cualquier comunidad. Así como en los Estados Unidos se vienen alternando republicanos y demócratas a intervalos regulares (casi siempre cada ocho años), en muchos otros países se van dando esas alternancias.
La excepción vienen siendo algunos países latinoamericanos, muchos países de África, y varios de Asia donde la permanencia en el poder parece una constante desde hace, cuando menos, una década.
No viene al caso sin esos gobiernos tienen corte populista o progresista, ni cuan a la derecha o izquierda se ubiquen. Lo cierto es que están desde hace un período prolongado de tiempo con todos los problemas que eso acarrea.
Para muchos, la política es una vocación, una obligación moral. Pierden plata haciendo política, descuidan sus profesiones y negocios personales y cuando salen de la política salen más pobres que lo que entraron.
Pero para muchos otros la política les brinda un ingreso estable que suele transformarse en el ingreso familiar principal y al que, después, es difícil renunciar. Después de ese trance por la política, nada espera afuera, ningún espacio destacado en ninguna profesión o comercio.
La permanencia en el poder parece haberlos condenado a permanecer allí o a resignar estatus y nivel de vida. En medio, está la cuestión de los méritos para percibir una remuneración elevada dentro de una determinada gestión.
El problema no sería ése. El problema es que a la hora de pensar en un recambio uno se topa con que el menú de opciones hace preferir eso que está enquistado antes que lo nuevo que se propone. No habría explicación sino para que el kirchnerismo haya permanecido 11 años en el poder en la Nación, 15 años el delasotismo en la Provincia, y cifras similares en muchos gobiernos locales donde peronistas y radicales se vienen quedando con los gobiernos de pueblos y ciudades.
Parece no haber habido opciones mejores para el kirchnerismo ni para el delasotismo, ni para muchas gestiones locales en todo este tiempo.
Y a decir por el nivel de los debates que se vienen dando, caben más posibilidades de que alguno pierda por desgaste propio o por cansancio de la gente antes que por las mejores propuestas que debería engarzar la oposición.
Un pueblo votante soberano seguirá eligiendo entre lo menos peor si en el menú de opciones no aparece algo por lo que realmente poner un voto de confianza esperanzadora.

Claudio Minoldo
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