Por: Leonardo Rossi (De nuestra redacción)
El Principito, Mafalda, Operación Masacre, y sigue la lista. Sí, se trata de valiosas páginas encuadernadas que conviven en un espacio físico. Es la Quinta Feria del Libro de La Granja, que se desarrolla en paralelo a la Semana Santa y para no ser menos hace de la palabra algo sagrado.
“No quiero ver el final del libro, si es que alguna vez ocurre”, dice desde un interior profundo la escritora Mabel Pagano, entrevistada por Primer Día. Y la frase, sentida, invita a sumergirse en la exposición: veinte stands de librerías y editoriales, eventos musicales y teatrales, y una pintoresca mesa de artesanías se despliegan por el predio ferial.
Una niña toma un libro. Una mujer, tal vez sea su abuela, sonríe detrás. La escena se repite con otros actores a cada instante. La satisfacción por la lectura está a flor de piel. Best sellers de temporada se mezclan con títulos firmados por autores ignotos, textos académicos o clásicos vendidos hasta el cansancio. El público mira, evalúa, selecciona, lleva y no lleva. Así transcurre el evento.
Mabel Pagano llega para presentar su último trabajo, Elisa Lynch, una irlandesa en el Paraguay. Antes de exponer, conversa con este semanario, y comparte la satisfacción de haber abordado a este personaje, que acompañó al mariscal paraguayo Francisco Solano López durante quince años. “Merecía que su historia sea contada.”
Aquí existe una comunión entre escritor y lector. Pagano sintetiza ambas caras de la moneda, y a pesar de cargar con la etiqueta de escritora hace bandera de su pasión lectora. Desde ese enfoque también valora la feria: la oportunidad de encontrar nuevos títulos, acercarse a otros autores y hacerse de algún ejemplar que en futuras noches la acompañe en su mesa de luz. “Tengo la visión de una persona grande. A los que hemos nacido con el libro, nada nos va a reemplazar llevarnos un libro a la cama, que es uno de los grandes placeres de la vida”.
Letras de más acá
Frente a la mega industria editorial, de escala internacional, surgen experiencias autónomas que creen que editar libros no sólo es necesario sino que es posible. Daniela Mac Auliffe, directora de la editorial cordobesa Buena Vista, apuesta por rescatar autores y libros olvidados, por ejemplo títulos de Azor Grimaut. En sus textos “habla de personajes típicos de Córdoba, de comidas cordobesas de antes” y, en particular, en ‘Infancia Piquillín y Mistol’, “retrata la ciudad de Córdoba, de entre 1910 y 1920”.
Una tarea similar realiza José Oviedo Oller, aunque en su caso busca “difundir obras de autores que escriben por primera vez”. Desde la editorial Quo Vadis, de Villa Carlos Paz, y el sello Casa de las Tejas han editado más de 160 títulos a lo largo de once años. “Los autores de Córdoba usan como trampolín a editoriales chicas y sabiendo de eso los ayudamos en todo lo que podemos”, explica sobre el rol que cumple su empresa.
Las secciones infantiles se abarrotan de minúsculas manos. Las novelas siempre responden. Ejemplares a cargo de periodistas híper-mediáticos encabezan stands. Menos visibles son algunos ensayos y cuentos con arraigo en la identidad de estas tierras. Pero a fin de cuentas están y pueden conseguirse. Hay variedad y calidad para gustos diversos. Ya lo dijo Pagano, “que no haya final del libro”…
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