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Lecciones de humanidad

La muerte de Gabriel García Márquez deja más sensación de saciedad que de hambre. No se guardó nada, lo dijo todo, y se queda para siempre.

“Los periodistas deberían hacer un minuto de silencio para reflexionar sobre su responsabilidad”, señalaba Gabriel García Márquez sobre el que denominaba como “el mejor oficio del mundo”.
Además de uno de los más extraordinarios escritores de habla hispana, “Gabo” fue un eximio colega periodista y su experiencia sigue siendo fuente donde abrevar en momentos en que el periodismo pareciera surfear una enorme crisis.
“La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”, sentenciaba en otros de sus momentos de reflexión.
Para él,  La calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia. Dicho en criollo, cada vez hay menos competencia para ofrecer una noticia que realmente cumpla el doble propósito de informar a la gente de manera decorosa y generar credibilidad para el medio de comunicación en que se desempeña.
Y en esos nortes que planteaba, también fue marcando territorio, obligando a la reflexión, por ejemplo, cuando decía:  “Cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo”.
Ni hablar de la opinión sobre cómo se debe encarar un escrito: “Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad”.
Este editor se guardó la lectura de Cien años de soledad para el momento en que -según su creencia- estaría más apto para captar la esencia del libro. No entendía que la novela excede su interpretación y que no era necesario aprenderse la genealogía completa de los Buendía y de todos sus Aurelianos para poder disfrutar de esa joya de la literatura latinoamericana.
No eran necesarios años para sentir la belleza de un relato que nos empapaba de realismo mágico y que nos ponía orgullosos como habitantes de la parte sur del continente americano.
Gabo dice que se va, con su desaparición física a los 87 años, pero se queda para siempre. Va a volver a aparecer cada vez que haya que sentir compromiso con la humanidad, cuando haya que ponerse del lado de las revoluciones en serio, cuando haya que recomendarle una lectura provechosa a un amigo o a un hijo. Se va a aparecer en las discusiones, en las mesas de café, en regalos de cumpleaños, en biografías, en anécdotas, en conferencias, seminarios, relatos póstumos.
Y a los periodistas nos quedarán sus textos costeños, sus relatos de náufragios y secuestros, y la sensación de que lo mejor que se puede escribir todavía no llegó, pero hay que marchar en esa dirección.
Este editor se contará entre los millones en todo el mundo que sintieron consternación ante la pérdida física, se contará entre los millones que dirán: Gracias, Gabo, por tanto. Con la tranquilidad de que seguirás entre nosotros siempre.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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