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Cómo hablar de otra cosa

Cómo explicar lo que pasó esta semana con la seguridad en Córdoba.

¿A quién le conviene el caos? ¿Alguien es capaz de asegurar que puede contener la furia de una masa enceguecida ante la ausencia del Estado en el ítem seguridad? ¿Alguien es capaz de explicar en qué puede beneficiarse una facción política con semejante locura?
A esta locura, la que vivimos los cordobeses, hay que dividirla en capítulos y ni siquiera así se podrá arribar a un acuerdo.
Por una parte, viene el reclamo de los policías, los que hacen la calle, los que tenían que cuidarnos hasta esta semana en algunos casos por menos de 4 mil pesos mensuales, poniendo el pellejo, arriesgándose la vida por tan poco.
Y, paralelamente, los vecinos se arriesgan a que ese policía sea tentado en la necesidad por acuerdos reñidos con la ética que debieran tener los funcionarios públicos. El hampa, los narcos, la mafia, y todo el arco delictivo viene subsistiendo históricamente porque tiene poder económico para comprar voluntades, entre ellas, la de muchos policías mal pagos.
Y lejos está este semanario de intentar una justificación sobre los agentes de seguridad que se dejan sobornar y comprar por aquellos a quienes debieran combatir. Solamente se está realizando una explicación sobre metodologías que se usan y acuerdos que se gestan entre delincuentes y fuerzas de seguridad.
En este apartado, el reclamo por remuneraciones dignas no se discute. Un policía es un trabajador como otros y merece poder satisfacer sus necesidades básicas con decoro.
Pero también vale aclarar que no es un trabajador “más” ya que tiene funciones idelegables, insustituibles, que no se pueden dejar de prestar.
Y allí nos remitimos a las pruebas: el acuartelamiento declaró a las ciudades como tierra de nadie y la prolongación del conflicto habría llevado a las ciu dades a un caos aun peor del que se registró.
Miedo, saqueo, destrucción fueron los adjetivos que más se utilizaron durante las horas en que la seguridad de Córdoba se cruzó de brazos.
Y quienes se defendían generaron mecanismos de protección tan salvajes como los que utilizaban los atacantes.
Como nunca, cualquier motociclista pasó a ser motochorro y víctima de la furia de vecinos que, como en las invasiones inglesas, apelaban a cualquier tipo de proyectil para atacar a quienes suponían el enemigo.
Y sacaron las peores declaraciones, las de aquellos que pedían botas otra vez como si la última dictadura no hubiese dejado suficientes enseñanzas ni suficientes muertes.
Pero la ciudad de Córdoba tiene 1,2 millón de habitantes y los vándalos y delincuentes fueron apenas unos miles. Grosero error sería generalizar la barbarie y ponerlas en las manos de ese millón de habitantes que tiene la ciudad. Thomas Hobbes decía que el hombre es el lobo del hombre. Por una noche, seguro que lo fue.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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