La salvación será colectiva o no será. Solamente podrán excluirse aquellos que crean en la bondad de los holocaustos. Pero sacando a esos, todos y cada uno de los argentinos y argentinas se necesitará en esta reconstrucción comunitaria.
Serán necesarios los que no nos simpatizan, los que piensan diferente, los idealistas, los sesentistas, los que tienen los pies en la tierra, los que no han dejado de levantarse ni un sólo día para ponerle el hombro al “ispa”.
Van a ser necesarios los que todavía leen a Marx, los utópicos, los delirantes, los que tienen fe y los que no la tienen. Los crédulos y los incrédulos. No arrancaremos sino están todas las manos tirando de la maroma de la historia.
Va a ser necesario que se queden aquellos que tienen pensado irse y que se vayan los que ya se dieron por vencido y no creen que haya salida y dicen que no tenemos salvación.
El riesgo de pensar la salvación en estos términos puede parecer cándido, claro está. Ingenuo, inocente, simplista.
Pero, a veces, pequeños gestos invitan a la esperanza. Que el presidente saliente y el entrante se hayan brindado un abrazo durante la ceremonia religiosa de este domingo en Luján tiene un valor enorme.
Porque no hay representación mayor, hoy, de eso que dimos en llamar la “grieta”, de eso que nos mantiene separados a tantos argentinos y desde hace tanto tiempo.
“La Argentina que viene necesita del trabajo conjunto de todos. Para eso debemos ponerle fin a esa grieta que tanto daño nos ha hecho”, dijo el presidente entrante Alberto Fernández tras la ceremonia y el abrazo.
Es momento de ofrecerle una sincera oportunidad al próximo presidente para que nos saque de este momento dificilísimo de nuestra economía y de nuestra suerte como comunidad. Y ofrecer nuestro sincero empeño.
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