En todas las profesiones existen los buenos y los malos, los excelentes y los mediocres, los esforzados y los haraganes, los estudiosos y los quedados.
Pero en profesiones clave, hay colegios que regulan el desempeño de sus colegiados, que castigan al que se sale de sus códigos. Funcionan en esos colegios los tribunales de ética y son los que te pueden quitar licencia para ejercer o suspender la matrícula.
Y siendo el periodismo una profesión clave, porque intermedia entre lo que pasa y la opinión pública, resulta inconcebible que no haya una colegiatura que impida el desempeño indecoroso de tantos.
Hay colegios de periodistas en Cuba, Chile, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Perú, y República Dominicana. En Argentina urge, lo mismo que la obligatoriedad de que sea necesario un título de grado para poder ejercer la profesión.
Medio en chiste, medio en serio, una abogada tuiteó esta semana un pensamiento muy original: “Los abogados debemos estar agradecidos con los periodistas, nos quitaron el cetro de profesión más garca. Un mundo sin abogado sería mejor, pero un mundo sin periodistas sería el paraíso”.
La generalización, de cualquier tipo, es mala, pero en el caso de los periodistas está claro que hay muchos que no vienen haciendo las cosas bien y dan lugar a la generalización tan extendida hoy.
Colegas que han sido serviles a intereses económicos o políticos. Colegas que han hecho la vista gorda a cuestiones clave, que han omitido contar todo, que eligieron qué y cómo contarlo. Colegas que disfrazaron y disfrazan sus opiniones personales en textos que debieran informar. Colegas que se autorrotularon “militantes” y otros que no se autorrotularon pero que sabemos que son la “oposición” a personas y partidos políticos.
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