Por: Marianela Tabbia (De nuestra redacción)
Pintores y fotógrafos encontraron inspiración en ese lugar para desarrollar su arte. La casa antigua con las paredes grisáceas que muestran el paso del tiempo, el pequeño alero que protege la entrada, las tres rodajas de plátanos que hacen de asiento improvisado para aquel que quiera pasar el rato.
Si bien Ángel Caro lo considera como una “propaganda”, en más de una ocasión ha sido fotografiado sin permiso o el artista ha quedado en deuda por no llevarle algún trabajo que lo tenga como protagonista. En una de las paredes de la vivienda cuelga un pequeño cuadro que sí pudo recuperar y que imprime su imagen al óleo. El recorte de esta entrevista seguramente engrosará la colección.
Recuerdos
“Me crié arriba del lomo de los animales. Por ahí, tengo una foto que no sé dónde está de cuando ganábamos las carreras. Hay veces que salía de la cancha con los bolsillos llenos de plata y otras veces, con la cabeza gacha. Siempre me gustaron los caballos, las carreras. En el campo tuve uno y cuidaba varios. Los changuitos de mi edad, el sábado a la noche se iban al baile y yo me iba a arar a la chacra porque al otro día, a las siete, me iba a la cancha con un caballo”, rememoró.
En el año ‘87 vino a vivir a Colonia Caroya. De los seis hermanos de la familia, él fue quien primero emigró del campo a la ciudad. En aquel entonces, llegó con las valijas y proyectos a cuestas para instalarse en la zona: “cuando vine para acá eran dos opciones: trabajar en un taller mecánico y la otra que me gustaba más era la carnicería. Me fui a la carnicería pensando que era más fácil, mejor. Fui empleado, me independicé, pero me fundí y fui empleado de vuelta”.
“Un día me puse por jugar a hacer un cuchillo para mí y venían a preguntar ‘¿afila?’. Pensé que capaz que era negocio pero no, no vivís con esto. Acá, no hay quien lo haga. Hay otro hombre más, pero a él no le han hecho cuadros”, respondió entre risas.
Reflexiones
Aprovecha una pausa para encender la máquina y dar los toques finales a un cuchillo que pronto pasarán a recoger. Se calza los lentes y un delantal que lo protege de las chispas, producto del roce del metal con la piedra.Ángel vive en la tradicional esquina hace más de 20 años. Desde ahí es testigo del ir y venir de las personas que transitan por el sector mientras fuma un cigarrillo y espera nuevos clientes.
A sus 64 años, consultado por una cualidad que lo caracteriza, reflexionó: “yo no callo aunque pierda. No me gusta callar. Decir cosas se las digo a quien sea, al que junta papas, al que hace ladrillos o al comandante de Gendarmería”.
Si le habrá cortado bifes a mi vieja, Angelito. Afilando a la vieja escuela y con una perenne sonrisa de lunes a lunes. Postales que no regala nuestra colonia...
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