Si quieres saber en qué se convertirá una persona, dale una cuota importante de poder y verás de lo que es capaz. Hay experiencias locales penosas en la materia.
A algunos, la entrega de un gafete, de un uniforme, o de un cargo jerárquico les transforma la vida. El poder, en las manos equivocadas, suele convertir a una persona en algo diametralmente opuesto a lo que, históricamente, fue.
No es ninguna novedad lo que se plantea aquí. Abundan los ejemplos históricos de personajes que, con algo de poder, se convirtieron en la peor versión de sí mismos e hicieron infelices a muchos con sus decisiones atolondradas y desmesuradas.
En nuestra zona, también se registraron numerosos casos de vecinos que llegados al poder se convirtieron en maltratadores seriales, en tiranuelos de poca monta, en muestras exageradas de soberbia. Y así como muchos alcanzaron la cúspide del reconocimiento, al perder su cuota parte de poder se convirtieron en indeseables.
Vale el ejemplo para exfuncionarios municipales, para exdirectivos de empresas y de instituciones intermedias que no supieron equilibrar el manejo de su poder con la misión que le encomendaban sus dirigidos o electores.
De más está decir que muchos llegan al poder porque ningún otro quiere llegar a ese lugar y la elección se hace entre los menos aptos o entre los más serviles.
También es importante aclarar que llegar al poder no equivale acceder al conocimiento ni es una condición para ser poseedor de una brújula moral. Llegar al poder no te hace, automáticamente, más inteligente, ni logra que tu IQ se mueva más allá de lo que se movía antes.
Llegar al poder es una oportunidad para mostrar dónde uno está parado en el mundo y frente a su comunidad. Es la oportunidad para escuchar mucho y parlamentar poco.
Y el que llegue al poder tiene que saber que su duración no es ilimitada. Si se tuviese presente eso, mucho cambiaría.

Claudio Minoldo
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