Hubo actores, músicos, y pintura en vivo en una obra con una cohesión argumental para destacar.
Había una vez una academia de danzas en Jesús María que tenía una particularidad: el único requisito de admisión era demostrar pasión por el baile.
En esa academia, no era necesario contar con ningún requisito estético ni volumétrico ni de edad. Aquellas y aquellos que quisiesen sacar el fuego interno en una pista de baile podían hacerlo y, como extra, tendrían una posibilidad anual de hacerlo en un show que nada tenga que envidiarles a las grandes producciones nacionales.
En líneas generales, de ese modo puede definirse el espíritu generoso del Alejandra Vicari Ballet, un espacio para el aprendizaje, para el método, para desarrollar aptitudes arriba de los zapatos con punta, para fluir, y para disfrutar.
Quienes han tenido la ventura de presenciar espectáculos anteriores de este ballet saben que de año en año, la cohesión argumental y la fluidez entre cuadro y cuadro es cada vez mayor. Le Nouveaux Chat Noir puede ser calificado como uno de los mejores del último quinquenio.
En primer lugar, porque combinó dosis equilibradas de teatro, de música, y de danza que es la joya de cada presentación, pero también hubo pintura en vivo que se exhibió al finalizar el show.
Es claro que en la selección de la música hubo un gran acierto, con una combinación de grandes clásicos de todos los tiempos de Francia con otros ultra modernos para concluir con el ultrafamoso Can Can francés de Offenbach.
Para entender la dimensión que había que combinar en esta obra, entre bailarines, actores y demás invitados sumaban más de 100.
Y fueron haciendo su ingreso con precisión matemática, sin baches en la música, con gracia y sensualidad, y ejecutando su cuadro en sincronía.
Un elemento distintivo a destacar porque fue notorio y sobresaliente fue el vestuario: lleno de encajes, volados y sombreros cosidos con gran destreza porque todo se quedó en su lugar, nada se movió ni un centímetro y aguantó todos los movimientos de las bailarinas.
Los aplausos fervorosos y de pie por parte de los espectadores en cada una de las funciones no sólo fue un reconocimiento al trabajo arduo que implicó para el ballet sino una señal del disfrute que provocó en la platea. El tiempo voló para quienes estuvieron allí y, cuando terminó, quedó gustito a más.
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