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Un nuevo ejercicio de libertad

Aquel que no supo lo que era no votar, que alguien se arrogue la facultad de gobernar sin que nadie lo haya elegido, deberá esforzarse para entender cuánto vale un voto.

Cuando cierre esta edición, un candidato y un partido político (o coalición) habrá ganado las elecciones presidenciales. Si hubiese ganado con más del 45% de los votos y diez de diferencia sobre su seguidor, será el próximo presidente. De lo contrario, habrá ballotage.
Al margen del cúmulo de expectativas que cada ciudadano tendrá sobre el resultado, donde parece que la puja entre sectores antagónicos está lejos de encaminarnos hacia un proyecto colaborativo de país, vale la pena ensayar unas reflexiones sobre el voto en sí mismo.
Estas elecciones en particular generaron un inusitado interés de compatriotas por fiscalizar la elección, por asegurarse de minimizar las posibilidades de fraude. Muchos de ellos ni siquiera tienen militancia partidaria. Sus motivaciones tienen que ver, en todo caso, con la defensa del modelo democrático y sus valores.
En otras editoriales, desde este medio hemos hecho votos para que crezca la educación en nuestro país, de modo que se promueva la verdadera independencia del ciudadano.
Es el mejor camino posible para derrotar a las malas costumbres partidarias y al clientelismo. En Argentina, como en muchos países latinoamericanos, una porción indeterminada de votantes se “compra”, hecho que traiciona la libertad de elegir que cada votante entraña.
Sin importar quién gane este domingo, ojalá que el electorado en su mayoría haya ido a votar voluntariamente, sin ser arreado a una traffic y sin que le pongan un billete antes o después de salir del cuarto oscuro.
Es imprescindible que sepamos que el ganador lo hizo dentro de un marco de buenas prácticas electorales, de modo que se asegure la legitimidad que necesitará durante los cuatro años posteriores a éste.
Necesitamos un país con más luces que sombras y ciudadanos cada vez más despiertos.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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