Los modelos de maternidad han ido mutando con el tiempo, pero lo que no cambia es el compromiso que cada madre asume frente a la vida que alumbra y maravilla.
La mamá del siglo XXI ya no es un modelo de abnegación y sacrificio que debe abandonar hasta su propia vida para consagrarla a su pequeño o pequeña.
El tiempo nos ha mostrado que es compatible ser mamá, profesional, mujer sensual, e independiente. Que no necesita estar atada como una piedra a su heredad y que debe acordar con su pareja el modo en que ambos los criarán, para que todo resulte en ganancia.
Claro que estos son otros tiempos y las maternidades son bien diferentes. Hay mamás solas, mamás en parejas con otras mamás, mamás que crían a hijos de otras mamás. Lo de siempre, pero con menos traumas hoy en que las familias ensambladas ya no son excepción sino regla.
Y hay mamás que nunca fueron madres por imperio de la biología sino por la decisión y el compromiso de serlo frente a cualquier niño o niña del mundo.
Todas están unidas por su capacidad de amar sin condiciones, de darlo todo sin esperar nada, por su dedicación y su firme voluntad de educar hijos e hijas en la búsqueda de la bonhomía.
La une la caricia dulce, la mirada intensa, el beso y el abrazo oportuno. En definitiva, todo lo que los más peques necesitan para cultivar el autoestima que les permitirá ser plenos el día de mañana.
Por todas esas cualidades indelegables, resulta incomprensible la escalada de violencia imparable contra las mujeres, o el escaso reconocimiento por su noble tarea de educar y ayudar a crecer.
Ojalá que las reflexiones de este domingo sirvan para revalorizar a todas las madres no sólo en su día sino en la travesía cotidiana.
Feliz día a todas las mamás, en especial a la mía, a la madre de mis hijas e hijo, a mi hermana, y mis cuñadas.

Claudio Minoldo
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