Excepto que alguien la mantenga viva en la memoria, que la convierta en recuerdo presente, Lucía crecerá sin saber por qué su mamá no está con ella.
Tenía dos años cuando su mamá, la cabo primero de policía Ana María Mendoza, murió asesinada en manos de su papá, Franco Valles Medina. Y ahora que condenaron a su papá a la pena de 35 años de prisión de cumplimiento efectivo quedó completamente huérfana.
Lucía tiene cuatro años y la inocencia propia de esa edad. Señala el cielo y dice ‘allá está mamá’. No tiene recuerdos de ella, sólo sabe lo que le trasmiten sus abuelos y tías.
Su abuelo Rafael Santiago tiene una tristeza infinita. Casi no emite palabra, pero se le nota en la hondura de sus ojos. Lucía le pregunta cada tanto: “Guagua ¿cuándo va a volver mamá?”. Se le estruja el corazón de saber que no tiene qué decirle.
Santiago, el hermano de Lucía, es un poco más grande. Tiene recuerdos de su madre y también de las peleas que mantenía con su padre. Cada vez que peleaban lo mandaban a comprar papas. Así lo refirieron en el juicio que concluyó el martes pasado en la Cámara del Crimen de Deán Funes.
El miércoles recibió la noticia sobre la conclusión del juicio y la condena para su padre. ¿Podrá entender alguna vez que fue lo que pasó durante agosto de 2017 en la infausta noche en la que una discusión terminó con la vida de su madre?
Imposible no pensar en esos dos niños, en cómo el destino se encargó de marcarles las cartas para siempre.
Naturalización de la violencia en los pueblos
No es casualidad que en Córdoba se registre mayor cantidad de casos de femicidio en el interior que en la ciudad capital. Es que, a medida que nos alejamos de los grandes centros poblados, el qué dirán talla fuerte y muchos hechos de violencia que deben repudiarse en los pueblos chicos se ocultan.Ana María Mendoza fue víctima de violencia de género, pero la comunidad fue capaz de advertirlo recién cuando se comenzó a ventilar el juicio. Fu propia familia había sido incapaz de advertir las señales de esa escalada de violencia que nunca termina bien.
La pregunta del millón que flotó a lo largo del proceso fue por qué una oficial de policía que porta arma reglamentaria fue incapaz de defenderse.
“Anita” no está entre nosotros para explicarnos, pero los indicios orientan la respuesta hacia múltiples causas: En primer lugar, quiso preservar a sus hijos sosteniendo la falacia de permanecer junto a alguien que venía dando muestras de que no la amaba lo suficiente. También, pudo haberlo hecho para evitar el qué dirán de San Francisco del Chañar, la comunidad en la que desempeñaba funciones la cabo primero de policía.
Cuales quieran que hayan sido los motivos, lo cierto es que nada pudo evitar el fatal desenlace que truncó la vida de esta mujer de 34 años de edad.
Volviendo al tema de la violencia de género, ya no existen islas ni lugares que puedan ufanarse de no tener episodios de violencia de género.
Pasó en San Francisco del Chañar, como antes pasó en Cañada de Luque, o en Villa del Totoral, y también en Jesús María. Hablar de los daños colaterales, de la huella en los hijos, debiera ser ejercicio frecuente.
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