La sensación amarga es la misma: idéntica a la que sintió la región cuando cerraron sus puertas emblemas como Union Carbide (Eveready), AESA, la Norcordobesa, Lita, la cooperativa vitivinícola La Caroyense (afortunadamente recuperada como S.A) y, más recientemente, Súper Uno.
En el caso de MWM International Engines -que llegó a nuestro suelo como Iochpe Maxion, para convertirse en Maxion tiempo después y mutar una vez más de nombre cuando fue comprada por capitales norteamericanos (Navistar)- no se puede decir que no hizo esfuerzos para adaptarse a nuestra economía y reglas de juego tan cambiantes.
Téngase en cuenta que llegaron a la Argentina de la convertibilidad cuando un dólar valía un peso y se retiraron cuando la relación es 60 veces mayor a aquella. Sólo por comparar, en el mismo tiempo la relación real/dólar pasó de dos reales a cuatro reales (aunque todos sabemos que las comparaciones son odiosas).
El último anuncio e intento lo hicieron durante 2018 cuando anunciaron que comenzarían a fabricar generadores de energía. Las PASO, la posterior devaluación y la inflación calculada para este año, terminaron por desinflar cualquier esperanza y desde Brasil se anunció que la fábrica cerraba sus puertas en forma definitiva desde el primero de octubre.
Para tranquilidad de los empleados, la empresa ya depositó las indemnizaciones correspondientes de 74 de ellos. Otros 15 serán los encargados de proceder con el engorroso trámite del cierre definitivo.
Buscando lo bueno en lo malo
En primer término, generó sentido de pertenencia y muchos de los que se despidieron esta semana trabajaron allí durante los 25 años o un poco menos.
Su política de capacitación en Recursos Humanos les permitió a muchos encontrar iguales o mejores empleos en el mercado laboral, tras salir de la empresa.
Hizo funcionar la escuela Formare, destinada a los sectores más carecientes con un programa que dotó a muchos adolescentes y jóvenes de herramientas para continuar los estudios o emprender nuevos oficios.
Ambientalmente, se tomó el trabajo de desenterrar todas las pilas que Union Carbide había dejado en las napas subterráneas y que representaban un probable problema para el futuro. Tuvo, además, políticas muy activas de reciclado dentro de la planta y para con la ciudad fue prolija en el manejo de sus desechos industriales.
Quizás haya que achacarles, en el plano del debe, que tuvieron una pésima política de comunicación para con la comunidad. La región casi no supo sobre la empresa, ni sobre sus logros ni sus fracasos. Las informaciones salidas de la fábrica pueden contarse con los dedos de la mano en estos 25 años. Y no pudieron aguantar el vértigo de sostenerse en un país cuyas reglas sólo parecemos entenderlas nosotros.
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