Suena muy conveniente enarbolar en estos tiempos el combate a la pobreza desde el discurso político. Lo inconveniente es que la estadística no decrezca desde hace décadas en cuanto a la cantidad.
Los esperanzados prefieren decir personas en “situación de pobreza” en lugar de “pobres”. Porque lo cierto es que no deberíamos hablar de pobres como quien habla de alguien de cabello rojizo, o pecas en el rostro, o de ojos azules, o bajo de estatura.
Pobre no debiera ser un adjetivo sino una condición de la que se puede salir. Pero para varias generaciones de argentinos (bisabuelos, abuelos, padres, e hijos, en muchos casos) ser “pobre” es una descripción correcta, un estado permanente, una adjetivación correcta.
Las estadísticas no han variado gran cosa en las últimas décadas. Vienen diciendo que uno de cada tres de nosotros está en situación de pobreza.
No se han generado para ellos las condiciones para que abandonen esa condición. Tienen viviendas precarias, se educan en establecimientos precarios, se alimentan precariamente (con una dieta excesiva en carbohidratos porque los fideos y el arroz siguen siendo los alimentos más baratos), su capacitación es precaria, y forman parte de un sistema clientelar que los transforma en mercancía, objeto de trueque durante las elecciones.
Es fácil echarle toda la culpa a la clase política, pero no nos exime de nuestra responsabilidad cívica por no haber pedido mejores condiciones para nuestros compatriotas pobres.
Es hora de dejar de mentirnos y de decirnos que tendremos pobreza cero porque no existe tal cosa en ningún lugar del mundo.
Los pobres se vienen multiplicando y el sistema para asistirlos será insuficiente sino se piensa en un proyecto a corto, mediano y largo plazo y en políticas concretas que mejoren lo que vino a reparar, en su momento, la asignación universal por hijo. Ojalá que no golpee la pobreza nunca a nuestra puerta, pero veamos cómo ayudamos a los que ya les llegó esa hora.
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¿Solo importa la pobreza cuando golpea a nuestra puerta?
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ResponderEliminarNo se han generado para ellos las condiciones para que abandonen esa condición. Tienen viviendas precarias, se educan en establecimientos precarios, se alimentan precariamente (con una dieta excesiva en carbohidratos porque los fideos y el arroz siguen siendo los alimentos más baratos), su capacitación es precaria, y forman parte de un sistema clientelar que los transforma en mercancía, objeto de trueque durante las elecciones.
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